Existe una estrecha relación entre “alteridad” y “comunión”, entre nuestro abordaje de la condición “otra” de los demás y nuestro vínculo con ellos.
Nuestra percepción del otro está condicionada por nuestras experiencias, deseo y necesidades. La forma en que lo vemos define su posición en nuestra vida y nuestra relación con él. Si nos sentimos inseguros, veremos al otro como una amenaza; si estamos en paz, lo veremos como compañero. No existe un “otro” neutral: siempre lo percibimos desde nuestra personalidad.
Las relaciones humanas son recíprocas y funcionan como espejos: lo que percibimos en el otro refleja nuestra subjetividad. Si alguien idealiza a su pareja, proyecta expectativas que llevan a la frustración. Si solo valora al otro y no a sí mismo, se desvaloriza en la relación. Esto ocurre en familias, amistades y parejas, donde los conflictos surgen no solo por lo que el otro es, sino por lo que no es y quisiéramos que fuera.
El otro no es solo un compañero de camino, sino un revelador de nuestra identidad. No nos damos el ser a nosotros mismos, sino que lo recibimos y percibimos a través de la relación con los demás. La esposa hace al esposo, el hijo a la madre, el discípulo al maestro. Esta interdependencia genera tanto gratificación como conflicto, pues nos enfrenta con nuestras limitaciones y nos desafía a aceptarnos y conocer nuestro verdadero lugar en la relación.
El analista Carl Jung desarrolla el concepto de la “sombra”, que representa los aspectos de nuestra personalidad que rechazamos o no reconocemos. Todo lo que negamos en nuestro interior tiende a proyectarse en el exterior, haciendo que veamos en los demás lo que en realidad es parte de nosotros. Si reprimimos nuestra agresividad, podemos verla reflejada en otros y rechazarlos por ello; si negamos nuestra vulnerabilidad, podemos despreciarla en quienes la expresan.
Jung explica que la proyección de la sombra no es un acto consciente, sino inconsciente. No elegimos proyectar; simplemente nos encontramos con la proyección ya hecha. Esto genera tensiones en nuestras relaciones y dificulta la comunión verdadera con los demás. Para resolver este conflicto, es fundamental reconocer y aceptar nuestra sombra en lugar de rechazarla o proyectarla sobre los otros. Solo abrazando nuestra totalidad —fortalezas y debilidades, virtudes y defectos— podremos alcanzar una comunión auténtica con los demás.
Nuestra vida es una paradoja donde coexisten opuestos: somos fuertes y débiles, racionales y emocionales, sinceros y falaces, santos y pecadores. Integrar la sombra no significa eliminar lo negativo, sino reconocerlo y aprender a vivir con ello de manera consciente. Este proceso de integración es continuo y nos permite desarrollar una identidad más auténtica, pacífica y libre de proyecciones destructivas.
Quien recorre este camino establece relaciones más sanas, donde el otro deja de ser un enemigo o un ideal inalcanzable y se convierte en un semejante. En lugar de ver en los demás lo que en realidad hemos proyectado sobre ellos, aprendemos a aceptar nuestra humanidad con sus luces y sombras, y mejorar la convivencia con los otros.
Las paradojas de nuestra vida no deben asustarnos, sino invitarnos a la reflexión. La integración de la sombra nos abre al misterio de la existencia y nos permite vivir con mayor lucidez, plenitud y armonía con nosotros mismos, con los demás y con Dios.

Con una trayectoria de 45 años como sacerdote, Carlos Avellaneda asume con entusiasmo su nueva misión en Nordelta, destacando la vitalidad y compromiso de la comunidad.
Padre Carlos “Checo” Avellaneda, párroco de la Parroquia Sagrada Familia en Nordelta. Con 70 años de edad, cuenta con 45 años de experiencia pastoral.