viernes, agosto 15, 2025
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Luigi Manzone: Un legado entre la medicina y el urbanismo


La trayectoria de un médico visionario, oriundo del sur de Nápoles, que forjó su destino en la pujante Argentina del siglo XIX y se transformó en pilar de la comunidad.

El año 1881 marcó un punto de inflexión en la vida de Luigi Manzone. Con tan solo 26 años, recién graduado de médico en la Universidad de Nápoles, contrajo matrimonio con Teresa De Pierro. Pocos meses después, la joven pareja, acompañada por un tío sacerdote, se embarcó rumbo a Buenos Aires, una ciudad que comenzaba a bullir con la efervescencia de la modernidad y el progreso.

Nacido en 1855 en San Martino d’Agri, un pequeño pueblo al sur de Nápoles, Manzone provenía de una familia acomodada que le inculcó sólidos valores cristianos y una arraigada ideología republicana. Al llegar a la capital argentina, se encontró con el desafío de homologar su título, un proceso que le tomó un año y lo llevó a establecerse temporalmente en Las Heras, donde comenzó a ejercer su profesión.

En 1883, una vez convalidado su título, los Manzone se asentaron definitivamente en San Isidro. Los primeros años no fueron fáciles; Luigi tuvo que sortear los prejuicios de la comunidad local hacia los italianos. Sin embargo, su pericia médica, manifestada en diagnósticos certeros y tratamientos exitosos, sumada a su sociabilidad y simpatía, le granjearon rápidamente el respeto y el afecto tanto de los vecinos como de las autoridades. Su valía fue reconocida oficialmente en 1884, al ser nombrado Médico Municipal, un cargo de reciente creación. Su compromiso con la salud pública se consolidó en 1894, cuando fue elegido para integrar el recién inaugurado Consultorio Médico Municipal.

La inquietud de Manzone trascendió el ámbito puramente médico. En 1902, su nombre figuró en la lista ganadora de las elecciones municipales, lo que lo llevó a ocupar la presidencia del Consejo Escolar. Al año siguiente, volvió a ser elegido, esta vez como Juez de Menores, una función que en aquel entonces no requería la titulación de abogado. A pesar de estos éxitos en la esfera política, Manzone se desencantó de ella y decidió no continuar, optando por volcarse plenamente a su vocación principal.

Hacia 1890, Luigi Manzone ya estaba plenamente integrado en la sociedad tradicional de San Isidro, convirtiéndose en el médico personal de muchas de sus distinguidas familias. Esta posición privilegiada lo conectó con la señora María Varela de Beccar, presidenta de la Sociedad Socorros de San Isidro, quien en ese momento lideraba la iniciativa para construir el Hospital de San Isidro. Manzone brindó su colaboración incondicional y, cuando la señora Varela de Beccar renunció, él asumió el rol de gestor de la construcción hasta la inauguración del hospital en 1909. Fue nombrado su director, cargo que desempeñaría hasta su renuncia en 1919.

Más allá de su exitosa carrera profesional, Luigi Manzone heredó de sus padres y suegros una considerable fortuna proveniente de Italia. Esta riqueza la invirtió sabiamente en la compra de terrenos y propiedades. A partir de 1906, dio un paso audaz en el ámbito de las inversiones inmobiliarias. Adquirió grandes extensiones de terrenos rurales: 80 hectáreas linderas con la recién inaugurada estación ferroviaria de Garín y otras 70 en una zona rural atravesada por las vías del Ferrocarril Central de Buenos Aires. Con visión de futuro, subdividió estas tierras en manzanas y lotes, que luego puso a la venta en remates públicos. Esta iniciativa no solo permitió la expansión del incipiente pueblo de Garín, sino que también dio origen a una nueva población que llevaría su nombre: Manzone. Un siglo después, uno de sus bisnietos, Eduardo Costantini, emularía su espíritu fundacional al crear una nueva ciudad, Nordelta, en un paralelismo que subraya el legado visionario de Luigi Manzone.

Cuatro meses después de renunciar a la dirección del Hospital de San Isidro y de haberse mudado a Buenos Aires, el Dr. Luigi Manzone falleció a los 64 años a causa de una bronconeumonía. Sus restos descansan en la bóveda familiar del Cementerio de San Isidro, dejando tras de sí una impronta indeleble en la historia de la medicina y el urbanismo argentino.

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