“Malba Puertos muestra que el arte es para todos”


Juan Herreros encabeza un estudio especializado en arquitectura cultural. Existen obras suyas en diferentes países de todo el mundo y su equipo proyectó el revolucionario edificio de Malba Puertos, “un sitio para habitar, que la gente incorpora a su vida cotidiana”.

Diseñar, proyectar y construir obras de diferente tipo en los sitios más diversos del planeta, con historias y bagajes culturales muy diferentes, suele ser un gran desafío para los arquitectos que cruzan las fronteras de su propio país. Juan Herreros es uno de ellos. Este español, nacido en San Lorenzo de El Escorial en 1958, es el socio fundador del Estudio Herreros, que hoy tiene oficinas en Madrid, Ciudad de México y New York. En Argentina su nombre se hizo conocido en los últimos meses, tras la apertura de Malba Puertos, obra suya que marca un punto de quiebre en el concepto de lo que se espera de un museo.

–A lo largo de su extensa carrera profesional, usted ha desarrollado obras en diversos lugares del planeta. ¿Qué tiene en cuenta a la hora de proyectar cada una de esas obras, cómo influye el entorno local y la cultura de cada país?

–El entendimiento de las condiciones locales es el beneficio más atractivo de la práctica global de la arquitectura. En estos casos, la mirada curiosa, sensible y desprejuiciada del arquitecto sobre un contexto ajeno puede revelar valores latentes que los que viven esa realidad desde dentro ya no pueden ver. En la práctica de nuestro estudio, el diálogo con los diferentes agentes que conforman el panorama en el que debemos actuar, la lectura, el cine y en general el conocimiento de su historia y sus particularidades nos ayudan mucho a construir un sentimiento de viajero asombrado pero implicado.


Plaza Clara Campoamor y Pasarela Peatonal en Santiago de Compostela, España.

–A pesar de esa diversidad de locaciones, ¿hay señales comunes en sus obras? ¿qué las identifica?

–Quiero creer que la gente busca algo en lo que hacemos que es común a nuestra trayectoria pero que ha demostrado su adaptabilidad a los diferentes entornos en los que operamos. Me inclinaría a pensar que tiene que ver con una simplicidad no heroica, una naturalidad sin complejidades superfluas que muchas veces terminan siendo innecesariamente elitistas, un esfuerzo para que cualquiera se sienta cómodo en lo que hacemos, y un espacio de visibilidad a los oficios que intervienen en la construcción de nuestras obras.

–El cambio de Herreros Arquitectos a Estudio Herreros, ¿fue simplemente un cambio de nombre, o hay una concepción de fondo que lo motivó?

–Tras la disolución de Äbalos&Herreros fueron necesarios casi cinco años para diseñar una nueva forma de trabajo y elegir los compromisos a los que seríamos fieles en el futuro. Este proceso me llevó a transformar aquel estudio unipersonal en una estructura de dos socios mediante la incorporación de Jens Richter, acompañados de una serie de directores de proyecto a los que otorgaríamos una responsabilidad que les permita sentirse partícipes de los proyectos. Todo ello se plasmó en el traslado a un espacio de trabajo que por primera vez en mi vida profesional no suponía la ocupación de una oficina existente, sino que se diseñó expresamente para alojar un espíritu colaborativo y una cultura del diálogo que consideramos el ADN de nuestra oficina y el principal instrumento del proyecto contemporáneo.  

–¿Cuánto influye en su obra y en su trabajo cotidiano la sociedad con Jens Richter, qué le aporta él a Estudio Herreros?

–Más allá de las parcelas individuales asociadas a la enseñanza o a la producción de textos que tienen un carácter más personal, la impronta de las diferentes formas de ser y las diferentes habilidades de Jens y mías dejan huella en la construcción de un ambiente optimista de trabajo, en la disolución de las inevitables tensiones de nuestra profesión, y en la complicidad invisible de mil pequeños detalles cotidianos. Todo ello se vuelca en los proyectos que seguramente serían diferentes si los produjéramos sin la participación del otro, pero que afortunadamente es imposible e innecesario preguntarse en qué consistiría esa diferencia.

–Dentro de su trayectoria, la docencia ha tenido y tiene una importancia singular, ¿cómo la conjuga con su práctica profesional, qué diferencias y coincidencias encuentra en el alumnado en las diferentes universidades del mundo en las que da clases?

–Me apasiona la enseñanza. Como contrapunto del peso de la realidad que inunda la práctica profesional, encuentro en ella un espacio de libertad para la reflexión, la crítica y la experimentación que me permiten ilusionarme cada día con la idea de que a pesar de las dificultades y las contradicciones del mundo que habitamos, siempre hay un hueco para intentar formar parte de los sueños de las personas, y no me refiero a los clientes, sino a los habitantes del planeta que se pueden beneficiar de lo que hacemos sin conocernos, y eso es lo que trato de inculcar a mis alumnos. 

–¿Qué tuvo en cuenta a la hora de diseñar y proyectar Malba Puertos?

–La idea de llevar el arte contemporáneo a un lugar tan inesperado nos atrajo desde el inicio del proyecto. Para nosotros se trataba de hacer realidad algo que habíamos reclamado muchas veces. Hay un texto mío de hace años que enuncia “los museos quieren ser plazas públicas”, contrapunto a la idea de los museos como mausoleos del arte. Por eso le dimos la vuelta al programa tradicional creando un enorme vestíbulo al aire libre, eliminando circulaciones, jerarquías y cualquier filtro elitista… buscando esa transparencia de los pabellones que demuestra que no hay nada críptico ni reservado a los expertos, que el arte es para todos y si hay algo que puede hacer posible este enunciado es la arquitectura. 

–El edificio de Malba Puertos rompe con el concepto tradicional de lo que se espera de un museo. Usted mismo ha dicho ya que es un sitio más para habitar que para visitar, ¿esto obedece a una tendencia internacional?

–Hay una tendencia planetaria que busca descentralizar las instituciones para enriquecer un tejido que necesita piezas de escala variada. La tendencia más extendida consiste en poner en crisis el ritual de la visita que transforma al usuario en sujeto pasivo contemplador de algo que le es ajeno. Obviamente eso es más que pertinente en los grandes museos con sus maravillosas y abrumadoras colecciones, pero para llegar a ellos, mucha gente, especialmente los jóvenes, necesitan experiencias más amables que les señalen el camino, que les demuestren que el arte les va a ayudar a comprender el mundo y que sus temáticas se refieren a las cosas que nos preocupan a todos.

–¿Podemos considerar Malba Puertos como una propuesta pionera de una nueva generación de museos?

–Modestamente te respondo que sí. Nosotros lo denominamos el “No-Museo” que, por no tener, no tiene ni acceso principal. El objetivo es que te lo encuentres, lo habites o lo atravieses de manera que la gente lo pueda incorporar a su vida cotidiana porque, además de recorrer las exposiciones, usa su café o asiste a las proyecciones de cine mientras los niños aprenden cerámica. La tradición diría que esos usos son secundarios y en cierto modo contaminantes de la pureza de la gran responsabilidad del museo como garante del valor del arte. Sin embargo, inscribir el museo en las horas de aprendizaje, ocio o encuentro social de las personas genera unos efectos inmediatos de pertenencia, de orgullo, de ser parte de otras conversaciones, y eso nos encanta por lo que tiene que ver con la responsabilidad de la arquitectura como servicio a la sociedad. Desde luego es muy emocionante ver cómo la gente de Escobar ha hecho suyo este enclave y cuántas cosas están entendiendo de su entorno y su historia gracias al programa del centro, en el que intencionadamente se ha evitado escribir la palabra museo en el edificio.

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