Arquitectura y naturaleza se integran en una vivienda, donde el diseño de terrazas, muros vivos y juegos de luz convierte el jardín en una extensión habitable del hogar.
La noción tradicional del jardín como una extensa superficie de césped comienza a ceder ante nuevas propuestas de diseño que conciben el espacio exterior como un ámbito funcional, pensado para ser recorrido, habitado y vivido plenamente. Este cambio de paradigma se materializó en una intervención paisajística, en una vivienda, cuyo objetivo fue la puesta en valor del sector de la piscina, considerado el verdadero corazón social de la residencia.
El proyecto, desarrollado por la Arquitecta Marina Beccar Varela y la Licenciada en paisajismo Cecilia Costantini, con ejecución a cargo de IEVSA, parte de un concepto rupturista: invertir la lógica habitual. En lugar de diseñar un jardín predominantemente verde con áreas de servicio secas, se optó por generar un gran patio seco donde las especies vegetales aparecen como “vacíos” cuidadosamente excavados en el plano. Esta decisión responde a la solicitud del comitente de priorizar la zona de reunión alrededor de la piscina.
El parque como prioridad
La piscina, concebida con una morfología en “T”, no solo optimiza la orientación solar, sino que también crea una atractiva “playita” que se convierte en el lugar ideal para reposeras y momentos de descanso durante el verano. El diseño debió armonizar con una piscina preexistente, lo que requirió un trabajo minucioso de desniveles y aterrazamientos para integrar la nueva propuesta.
El jardín se estructura en módulos bien definidos que imprimen ritmo a través de la combinación de distintas materialidades, texturas y líneas. Saliendo de la galería, una explanada inicial se fragmenta en terrazas que guían el recorrido hacia el sector acuático, logrando una integración visual y funcional impecable entre la arquitectura existente y el nuevo paisaje.





Muros que cuentan una historia
El tratamiento de los muros perimetrales fue uno de los puntos focales del proyecto. El lateral derecho incorporó un jardín vertical de gran escala, de casi seis metros de altura, diseñado tras un estudio de especies adaptadas a la orientación. En él, los platiceriums ganan protagonismo, inmersos en una paleta cromática pensada para mutar con el paso de las estaciones. Este imponente plano verde se recorta ante la presencia de una ducha exterior, enmarcada por jazmines, elegidos por su valor afectivo para la propietaria de la casa.
Por su parte, el muro del fondo fue concebido como un “cajón verde” que enmarca el solárium, genera un contraste de morfologías y una sensación de abundancia vegetal. Este espacio suma un banco que invita a la permanencia y la contemplación. En contraste, el lateral izquierdo presenta un diseño más rítmico y minimalista, donde tótems vegetales con Cissus striata acompañan longitudinalmente el recorrido de la piscina.






Iluminación como arte escenográfico
La iluminación fue pensada como un elemento esencial del proyecto. Cada sector cuenta con un diseño que potencia los ritmos y genera profundidad, con juegos de luces y sombras nocturnas. El mismo jardín vertical fue tratado como una pieza de arte, con un artefacto lumínico especialmente diseñado para bañarlo de luz desde arriba, simulando la iluminación de un cuadro. El borde de la piscina, resuelto en Neolith negro, fue destacado mediante iluminación puntual, reforzando su carácter escultórico dentro del conjunto.
El resultado final es un jardín integral, donde cada decisión de diseño —desde la elección de la vegetación hasta el tratamiento de la luz— responde a una clara memoria proyectual: vivir el espacio exterior como una extensión natural y habitable de la casa.







