Como su creación más famosa, Nik no para de crecer profesionalmente. En esta entrevista repasa sus primeros años, asegura que le encanta hacer productos para los chicos y revela cómo llegaron Gaturro y Ágatha a Bahía Grande.
Con una carpeta bajo el brazo, el joven Cristian Dzwonik escapaba del histórico Colegio Nacional Buenos Aires, su secundario, en pleno centro porteño. Su objetivo era presentar sus dibujos e historietas a los diarios, revistas y editoriales de la zona, y así lo hizo una y otra vez, hasta que -quizás por su persistencia, además de su talento- por fin lo publicaron.
“Dibujo desde que tengo uso de razón, desde que pude agarrar un lápiz, y tuve papel y marcadores cerca”, recuerda hoy Nik, o “el padre de Gaturro” como también le gusta llamarse, ya consagrado historietista y dibujante.
A los 12 años se anotó en la Escuela de Dibujo de Carlos Garaycochea, donde descubrió un mundo nuevo y comenzó a relacionarse con otros dibujantes. Con los años, casi sin darse cuenta y de forma amateur, comenzó a publicar cada vez más. “En ese tiempo no existía Internet, ni se pintaba en la computadora, así que utilizaba acuarelas, pinceles, témperas y anilinas para darle color a mis dibujos. Recuerdo con mucho cariño esa época, porque fue cuando me formé para hacer todo lo que hago hoy. Mi profesión es muy autodidacta, no hay una universidad que te dé un título, hay que hacerse solo”, comenta Nik.
— ¿Cómo fueron tus primeros personajes?
— Al principio tenía muchos personajes, ninguno en especial, pero una de mis primeras historietas publicadas fue “El Crucero de Noé”, un gran crucero de lujo donde cada animal representaba a una clase política o social. Ahí también estaba el pobre gato, muy parecido al actual Gaturro, aunque todavía no tenía nombre. Siempre me gustó dibujar y caricaturizar animales.
— ¿Qué pensaba tu familia de tu profesión?
— Los asustaba un poco… ¡y con razón! Mis amigos del colegio también me cargaban, me decían que iba a ir a pedirles plata, ya que todos ellos después fueron profesionales. Yo también estudié en la Universidad de Buenos Aires, primero Diseño Gráfico y luego Publicidad, pero no ejercí porque ya trabajaba como historietista. Incluso, también mi mamá me insistía en que estudiara arquitectura… No lo hice, pero me encanta. Tengo muchos libros de arquitectos, observo las tendencias y cuando voy a Nordelta miro mucho el diseño de las calles, de los barrios, y cómo fueron pensados.
La planificación y organización de Nordelta es uno de los temas en los que Nik se demuestra realmente interesado. “Actualmente tenemos grandes problemas con las mega ciudades, donde todo parece medio caótico. En cambio, en las afueras, todavía se puede planificar un poco mejor, y Nordelta es un buen ejemplo: hay barrios, colegios, centros de salud, centros comerciales, y a todos los ubicás como si tuvieras el mapa en la cabeza”, comenta.
— Sos un asiduo visitante de Nordelta ¿por qué te gusta tanto?
— Porque fue pionera en concebir una ciudad pueblo, con barrios integrados y calles en común. Me gusta que los colegios quedan todos cerca, porque eso forma comunidad. Incluso sus espejos de agua tienen una silueta muy reconocible: los ves en Google Maps, o desde el avión, y ya sabés que son los lagos de Nordelta. También fui muchas veces a su centro comercial, a firmar ejemplares de mis libros y a conectarme con los chicos. Todo tiene identidad propia, y yo como diseñador gráfico y creador de íconos populares, siempre resalto aquellas comunidades que lograron identidad, como Nordelta.
— ¿Tenés amigos en Nordelta?
— Sí, conozco a muchos papás amigos que trabajan en el centro pero viven en Nordelta, así que los fines de semana voy a visitarlos. Lo que más me asombra es ese sentimiento de comunidad que existe. Todos se conocen entre sí, por los chicos o porque se encuentran en algún centro comercial. En cambio en la ciudad de Buenos Aires, muchas veces no te conocés ni siquiera con tu vecino, por eso esta situación de espacio común me encanta.
— Ágatha y Gaturro, dos de tus personajes más importantes, se destacan en el arco de Bahía Grande, ¿cómo surgió esa posibilidad?
— Vengo tanto a Nordelta que terminé conociendo a mucha gente, con la que me fui conectando y también escuchando sus necesidades. Y justo estaba este arco, una estructura de hormigón que ya existía pero no le encontraban un uso, así que lo ploteamos con Gaturro, un ícono entre los chicos, pero también muy querido por toda la comunidad nordelteña. Ahora estamos pensando en hacer unas minis esculturas sobre la bahía, donde los chicos puedan sentarse al lado y sacarse fotos. También un juego con un Gaturro gigante, en forma de tobogán, que se pueda integrar con el paisaje y forme un recorrido para toda la familia, los fines de semana.
— Gaturro nació en la contratapa de un diario. ¿Cómo pasó de ser un personaje que hacía chistes sobre la actualidad a ser elegido por los niños? ¿Qué los atrajo de él?
— El humor de actualidad es sólo una parte de mi trabajo. Yo comencé trabajando en los diarios y allí te invaden las noticias. Sin embargo, mi actividad siempre se relacionó con los chicos y con la familia; además, de joven ilustraba manuales escolares, porque me encantaban los libros, su diseño e ilustraciones. Incluso, el producto más importante que hoy tiene Gaturro son sus libros, los chicos los coleccionan, ya tiene ocho colecciones con más de 150 libros. Y todo esto se da por mi pasión por los libros, junto a los padres que también lo apoyan porque Gaturro fomenta la lectura, con textos amigables, sin abrumar a los chicos.
— ¿Reflejás parte de tu personalidad en Gaturro?
— En todos los personajes siempre vas a ver un pedacito de la personalidad de sus creadores. Inconscientemente tiene algo de mí: es un antihéroe, todo le sale mal pero no se rinde, es amoroso y también tiene algo de diablito. Pero los personajes van tomando vida propia, como los hijos. Te dan muchas alegrías, otras veces te traen problemas, se hacen independientes y un día se van de la casa. Yo tengo dos hijas mujeres, Mía y Ema, y ellas dicen que Gaturro es su hermanito, porque así lo consideramos: un integrante más de la familia, y me gusta verlo crecer.