“Mis obras son una práctica de poesía muda”

Eugenio Cuttica vive, siente y produce arte de una manera creativa, consciente y metafísica. Hoy está trabajando en una serie de instalaciones que tienen detrás una profunda construcción intelectual.

Texto: Juan Martín Roldán.

Con su tupida barba blanca, su altura importante, su corpulento porte y su mirada penetrante, Eugenio Cuttica es un hombre que no pasa desapercibido nunca. Es una de esas personas que llaman la atención aunque esté en medio de una multitud. Y todo eso se refuerza y confirma al minuto de establecer una comunicación con él. Charlar con Cuttica enriquece, lleva a pensar, en cada una de sus respuestas deja conceptos que invitan a reflexionar e indagar un poco más. Porque este hombre que hoy anda por los 67 años de edad y ha acumulado un notable prestigio internacional, es un artista con una profunda vida interior, que plasma en cada una de sus obras, tanto pinturas como esculturas e instalaciones. Este cronista de Revista Nordelta lo entrevistó nueve años atrás y acaba de renovar ese goce artístico e intelectual.

–¿Cómo va la vida Eugenio?

–Bien. Tengo la fortuna de vivir rodeado de bendiciones, algo que me dieron el pensamiento creativo y la filosofía que viene asociada a la actividad artística cuando una la lleva adelante en forma consciente, en estado de alerta.

–¿Continuaste con ese camino de profundización de todo lo que hay detrás de tu obra?

–Sí, absolutamente. Ese es el propósito de mi breve paso, trato de dejar una huella que sirva para abrir conciencias, a través de la belleza, la verdad, la libertad y el amor. 

–¿En qué momento te das cuenta de que lograste ese objetivo de despertar conciencias?

Me voy dando cuenta con la reacción de la gente frente a mis obras o frente a mi presencia. Es como que en otra vida he sido una especie de sacerdote, tengo una inclinación muy fuerte hacia la metafísica y hacia la espiritualidad a través del arte. Entonces eso se va dando por sí sólo, yo no hago un esfuerzo para eso. Soy así desde los siete años, cuando tuve una especie de epifanía, aunque en ese entonces no tenía las herramientas ni el lenguaje para explicar lo que me pasaba. Creo que ahí alcancé por primera vez un estado mental de cierto trance, que era como un secreto mío que pude conservar hasta hoy. Toda mi vida transcurrió en una dimensión ligada a lo sublime.

–Eso se traslada a muchas de tus obras, hay algo etéreo… Y es complicado transmitir lo invisible en una obra de arte visual, suena como un contrasentido, pero ahí está.

–Sí, en cierta forma es como un oxímoron, pero es posible, porque eso sucede cuando los artistas practican una poesía muda a través de las imágenes, sobre todo cuando aplican una serie de símbolos que hacen que el mensaje sea más poderoso que la imagen que se ve. Yo trato de poner mi obra en ese punto. El lenguaje visual es súper potente.

–¿En qué estás trabajando ahora?

–Estoy haciendo instalaciones, utilizando impresoras 3D. En una de ellas, que tengo en plena obra, hay personas comunes, en tamaño natural, situadas sobre un círculo en el que va a haber unos tres centímetros de agua, para formar un espejo negro. Sobre sus cabezas, estas personas van a tener un bebé recién nacido hecho con filamentos transparentes y luz adentro. Son personas comunes que se miran a sí mismos entre ellos, se reflejan en el espejo y llevan en sus cabezas a su niño interior. La metáfora es que todos hemos sido bebés y conservamos eso en algún lado.

–¿Esto lo estás haciendo para alguna muestra en particular?

–Tengo invitaciones de museos de Italia, de España… y trato de hacer una obra de calidad internacional. Porque hay muchos museos, hay mucho dinero en el mundo, pero hay pocas ideas. Entonces si uno presenta una idea buena, enseguida te dan espacio para una muestra. Además, yo creo que las instalaciones hacen su propio camino y encuentran su lugar. O sea, no me preocupa hoy dónde van a exponerse.

–¿Y la pintura cómo va, la tenés más relegada?

–No, siempre pinto también. Mi nombre está muy demandado. Pero no quiero ser pintor de un solo cuadro hecho mil veces, que existen esos casos en el mundo del arte argentino. A veces me piden que haga algo como lo que ya hice, y yo respondo que no, que eso ya pasó. Pero la pintura siempre está.

–De joven trabajaste nada menos que con Antonio Berni, ¿qué te dejó esa experiencia?

–Sí, eso fue entre mis 20 y mis 22 años, y ya creía que la maestría es contagiosa por aproximación. De esos años con Berni me quedó el poder separar el mito del ser humano. Yo era su asistente y para mí él era Antonio, cuando estaba con él yo me olvidaba del mito. Después si uno se dedica durante décadas a esto se va transformando uno mismo en un mito, y lo importante es separar las cosas, porque creerse lo del mito es la forma más rápida de volverse loco, de alejarse de la realidad. Todos los niños nacen artistas, hasta que dejan de serlo por fuerza de las obligaciones personales y le soltamos la mano a nuestro niño interior, que es lo más valioso que tenemos, nuestro pensamiento creativo. 

–Lo femenino también está muy presente en tu obra, ¿cómo ves a la mujer hoy en el mundo?

–Me parece que el espíritu de la mujer se está perdiendo. En sus ansias de lograr independencia y de todo lo que viene aparejado con ella, que está muy bien, la mujer ha perdido algo, que no sabe bien qué es. Se siente sola, está triste, y creo que eso lleva a una pérdida de la mirada tierna propia de la mujer. En la ciudad se vive un clima de guerra que es muy masculino, y eso lo llevan adelante tanto hombres como mujeres. Yo por suerte encuentro mi refugio en el arte.

Compartir