El estudio RCR, formado por Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta, acaba de recibir el premio Pritzker 2017, el máximo galardón de la arquitectura mundial. El jurado destacó que, en sus obras, este trío de Cataluña busca lo universal a partir de las raíces propias de cada lugar.
En medio de una realidad mundial en la que lo genérico e impersonal parece aplastar las particularidades, el jurado del célebre premio Pritzker le otorgó recientemente la edición 2017 al estudio RCR Arquitectes, formado por tres catalanes que llevan tres décadas de trabajo a seis manos, luego de conocerse en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). Ramón Vilalta, Rafael Aranda y Carme Pigem nacieron en 1960, 1961 y 1962, respectivamente, el primero en Vic y los dos últimos en un pueblo llamado Olot, en Girona, donde proyectaron su carrera y aún hoy tiene su sede el estudio.
Rafael Moneo era hasta ahora el único español que había obtenido el Pritzker, en 1996. Y esta es la primera vez que el galardón distingue a tres arquitectos. “El respeto por lo existente y la convivencia entre lo local y lo universal”, fue una de las razones que nombró el jurado para otorgar el trascendental reconocimiento. Un respeto que seguramente se origina en su arraigo en Olot, que hoy apenas supera los 30.000 habitantes. Cuando RCR comenzó a destacarse por sus obras (inicialmente casas particulares), varios les dijeron que tenían que salir al mundo, mudarse a una ciudad más grande. Vilalta, Pigem (que además son marido y mujer) y Aranda no hicieron caso a esas sugerencias, y hoy están muy conformes con aquella decisión: “Cuando vives en un pueblo has de tener claro qué aporta lo que construyes. Te lo tropiezas a diario. Se convierte en tu conciencia”, aseguran.
Fue Vilalta el que tomó la voz días después de recibir el premio, mediante una entrevista con ArchDaily, uno de los sitios web de arquitectura más importantes del mundo: “Hicimos la carrera rápido y después al salir fue cuando elegimos compartir un estudio; tomar la decisión de afrontar la arquitectura compartiéndola. Somos personas con personalidades diferentes, cada uno es de una manera, pero lo que sale de la química de los tres yo creo que nos hace especiales. Esto es lo que siento como una gran decisión que no fue fácil en su momento. Nosotros vivimos en Olot, y no era muy lógico acabar la carrera en Barcelona y volver a nuestro pueblo. Volvimos a nuestro entorno conocido y allí ambicionamos el hacer buena arquitectura, y empezamos con concursos. Fue una decisión no muy estudiada, sino más sentida, no lo pensamos mucho. Fuimos a la escuela, terminamos y comenzamos a compartir, conociéndonos y trabajando como un verdadero equipo. William Curtis [crítico de Arquitectura] hace muchos años nos dijo ‘Verdaderamente funcionáis como una banda de jazz’, en el sentido de que existe mucho diálogo; uno habla y el otro retoma lo que dices. Es una composición que no sabes donde va a llegar, porque no eres un individuo solo”.
— ¿Qué es lo que cada uno de los tres aporta?
— Lo interesante del compartir verdaderamente es cuando un poco logras diluirte en el conjunto. Desaparece esa parte más personal. De las conversaciones, de las valoraciones, se suman cosas y al final es un camino complejo, desarrollado en tiempos muy dilatados. Vas desapareciendo tú dentro de este conjunto y es difícil saber en qué parte tú estás. Te diluyes pero a la vez sientes que perteneces ahí. Somos diferentes, pero con el mismo interés. La parte que nos interesa mucho a los tres es la parte creativa, el mundo de las ideas, esto es lo que nos mueve a los tres. Es algo químico.
— ¿Qué los inspira? ¿Cuáles son las cosas que les llaman la atención, desde dentro o fuera de la arquitectura?
— Hemos ido pasando por etapas bastante diferentes. En la escuela, sales de la arquitectura y te interesan sobretodo, como no, los maestros y sus obras. Pero luego nuestro interés es bastante abierto. Por ejemplo, descubrimos Japón y nos sentimos vinculados a nuestro entorno, a nuestro paisaje. El paisaje de Olot es botánico pero muy frondoso, que tiene ciertas similitudes en gran parte a un jardín japonés.
Una vez que has entrado en la arquitectura vas marcando un camino de intereses, más que de ídolos. Nos interesan temáticas referidas al arte, a las culturas, a temas un poco más amplios; temas que vamos encontrando en nuestro camino y que cuando nos apasionan, nos gusta entenderlos y comprenderlos. Desde ahí vamos sacando cosas, desde un punto de vista muy interior, y luego nosotros hacemos nuestro camino propio.
Olot es una ciudad muy pequeña, y por eso quizás no hemos participado de las realidades que ofrecen las grandes capitales a niveles de relación entre los arquitectos. Y claro, esto te lleva a hacer un camino más genuino, más propio. Hemos labrado nuestro propio camino tal como lo hemos sentido, no siguiendo maneras determinadas de pensar o de hacer.
— En relación a su obra, ¿cómo conciben el paisaje como una obra de arquitectura?
— El paisaje ha sido uno de nuestros principales intereses, yo creo que nos ha enseñado mucho. Hemos aprendido a verlo, sea urbano, sea más natural o menos natural, sea fincado en un lugar muy alejado al nuestro, desierto, o un lugar muy frondoso. Lo que nosotros hemos intentado ha sido más comprender el paisaje, fijarse a ver y leerlo. Hemos intentado captar sus fuerzas y lo que es su valor principal. A partir de ahí nosotros intentamos hacer la arquitectura para que realmente se incluya al paisaje, no en relación ni de sumisión ni de superioridad sino realmente de diálogo con él.
— Hablando de la parte de la construcción, ustedes usan mucho acero, vidrio e incluso la tierra misma en su estado más primitivo. ¿De dónde viene este uso del material?
— Bueno ya llevamos varios años en esto. Yo, por ejemplo, me acuerdo que en un primer momento teníamos una gran apreciación por la precisión de las cosas. Luego vimos en la obra que esto era una tontería, pero para nosotros era importante y cuando empezamos a construir con hormigón no podíamos controlarlo mucho… entonces el acero nos proporcionó este control, estructuralmente hablando. Después en la medida que avanzamos no en material sino en el tacto que nosotros ofrecemos, siempre he sentido que es importante que los materiales sean auténticos o muestren su autenticidad.
— Nos llama la atención que, a lo largo de su obra, la tensión del acero ha sido un elemento clave.
— Sí, también nos dimos cuenta a lo largo de los años que utilizar un mismo material con diferentes registros te da por una parte homogeneidad y unidad, pero trabajando con pequeños matices daba registros diferentes, y esto lo enriquece. En el restaurante Les Cols utilizamos el acero en el suelo, en las paredes, uno con un tinte de oxidación, otro encerado, otro lacado. Al final coincidimos en que un restaurante es en un principio un lugar que tienes que buscar que sea confortable y cálido y utilizamos mucho acero pero, en conjunto, incluso la gente que no puede apreciar el diseño, realmente dice “he estado muy bien comiendo aquí”. Un tema muy importante para nosotros es la capacidad de crear una atmósfera. No se trata tanto del diseño de una parte sino de la parte espacial de crear una vivencia que te rodee y realmente te vincule.