Lo que nos queda

Una aguda reflexión del prestigioso arquitecto catalán Josep María Botey sobre la creación y la recreación, a través de un análisis de obras paradigmáticas de los últimos seis siglos.

El tribunal de Goteborg

Siempre que hablamos de arquitectura, se tiene la impresión que se comienza desde cero, y que el desarrollo de cualquier actitud creativa no se considera con toda su potencialidad. El arquitecto mira al mundo que él ha creado y se satisface. El arquitecto convive con un mundo todavía en pleno romanticismo, y la experiencia del viaje iniciático y la experiencia en la creación sitúan los umbrales del orden y la tensión creativa alrededor de las ideas (caos/orden y azar/precisión).

 

La recreación

Siempre he sentido fascinación por El Jardín de las Delicias, esa enigmática obra maestra que Hieronymus Bosch (1450-1516) pintó entre 1503 y 1504, por lo que contiene de no bien comprendido pero, en cambio, sí presentido, y porque en ella existe, para casi todos sus cientos de personajes, la posibilidad de una segunda oportunidad. Su mundo, sus beneficios y sus castigos son un ejemplo de posibilidades, y casi diría de elecciones particulares, pero en sus miradas y ademanes queda implícitamente expresada su solicitud de aplazamiento de la ejecución de acciones, merecidas u otorgadas por alguien, a quien desconocen pero presienten, temen e ignoran, pero que admiran en su deseo de una segunda oportunidad… y cómo no por sus arquitecturas.

Podríamos formalizar una pregunta que muy pocas veces se considera: ¿existe en la arquitectura o para la arquitectura o con la arquitectura una segunda oportunidad?

No se trata de entender que las múltiples actuaciones de reparación o mantenimiento

de un edificio, de un espacio urbano, de un paisaje… realizadas a lo largo de los siglos, sean actuaciones a considerar bajo ese aspecto. Son simplemente actos de higiene, que para nada deben confundiese con la fusión, transformación y conservación atmosférica o incluso tipológica, aunque ésta no es necesariamente obligada, frente a la morfológica.

¿Pueden estos mundos por su simbolismo erigirse en sujetos expresivos de un sistema constructivo? ¿Podríamos considerar los actos de modificación, ampliación o transformación de un elemento arquitectónico o urbanístico como un proceso limitado por una sintaxis constructiva o expresiva previa y particular cuya acción representa simplemente una continuación material o expresiva del modelo?

¿Podríamos considerar que la no-continuación de las líneas argumentales representa una negación y consiguientemente una resolución de abandono del modelo y su pérdida?

El Jardín de las Delicias.

No necesariamente, quizá sería la respuesta obligada frente a otras posibilidades de orden pragmático, filosófico o espiritual.

Quizás deberíamos considerarlo como un acto que si bien responde en el tiempo a una segunda oportunidad, corresponde por sus resultados a la creación plena, todavía más compleja, porque de mantenerse firmes los principios que lo rigen y de organizarse adecuadamente los nuevos sistemas expresivos (sistemas que no sólo no desarticulan los primeros, sino que proponen y representan un logro en su evolución), acaban conformando un nuevo y espléndido momento arquitectónico.

Me gustaría que observaran unos casos muy simples y analizáramos qué sucede con el espacio arquitectónico en la Piazza della Santissima Annunziata, o en la Piazza della Signoria en Florencia, o en San Pietro de Roma, o en la Casa Batlló o el Bellesguard (Can Saguès), o en muchos otros casos de carácter análogo…

Brunelleschi  había construido la elegante y bella arquería de l’Ospedale degli Innocenti en 1427. El primer cambio importante que se produce en la plaza con posterioridad a la culminación de la arquería, es la construcción de la nave central de la Iglesia de la Santissima Annunziata, diseñada por Michelozzo en 1454, en completa armonía con la obra de Brunelleschi. Será en 1516 cuando definitivamente la forma de la plaza adquirirá toda su fuerza y sentido con la actuación de los arquitectos Antonio da Sangallo el Viejo y Baccio d’Agnolo, que fueron los diseñadores del edificio que se encuentra justo frente a las arcadas de Brunelleschi. El hecho de continuar unos criterios estéticos que les llevaban 89 años de ventaja no supuso obstáculo significativo y, de esta manera, la Piazza della Santissima Annunziata tomó forma y estableció, de acuerdo con el pensamiento del Renacimiento, el concepto de espacio creado por varios edificios diseñados específicamente en relación los unos con los otros.

La Torre Einstein.

Diría que, cambiando de tiempo y de lugar, la magnífica modificación y ampliación del Tribunal de Göteborg que Asplund llevó a cabo entre 1934 y 1937 se basa en principios análogos, pero ahora, para conseguir lo mismo, es necesario un distanciamiento en la sintaxis expresiva del modelo, sin renunciar al clasicismo del edificio original y, a través de conceptos basados en el estilo romántico nacional, introduce ya los principios de la arquitectura actual. Creo que se trata de un ejemplo internacional de cómo ampliar un edificio histórico.

Desde aquí, el principio de la segunda oportunidad o, quizás mejor, del segundo hombre, queda formulado: “Es el segundo hombre quien determina, si acaso, que la creación del primer hombre sea mantenida y conservada, o destruida”.

Me gusta leer la historia como una sucesión de posiciones, situaciones, geografías, objetos y sujetos que en un momento determinado, por voluntad propia (y entiendo como la voluntad propia aquella que es la responsable tanto de un sistema de cristalización como del derecho a ejercer el libre albedrío), sincronizan su status quo en un lugar, bajo un modus argumentale, y en un espacio de tiempo concreto. Es por ello, que las segundas opciones y, con toda seguridad, los segundos hombres, son abundantes aunque no siempre detectables y, sólo los que aportan brillantes soluciones, poco a poco, y a veces tarde, se insertan como ejemplos en nuestra memoria y cultura.

En mi opinión, Walter Pater, con su Manifiesto Escandaloso (1860 circa), marcó con mucha claridad la frontera entre creación, caos y orden, conceptos que quedaron ocultos temporalmente tras los postulados de la Bauhaus, conceptos que hoy nos resultan básicos para entender un determinado tipo de arquitectura. Es en el instante concreto donde se tiene que capturar la realidad de la vida.

La Plaza de la Annunziata

Me gusta destacar el abandono en el campo plástico figurativo o naturalista, y la búsqueda de un expresionismo sentimental, como el que aplicaría Mendelsohn en 1920 en su Torre Einstein. No se trata aún de un expresionismo geometrizante como el que aplicará más tarde Gaudí en la fachada de la Pasión o en los remates de las torres de la Sagrada Familia, ejemplo del rigor científico y depurador de la geometría.

Les sugiero un paseo por diferentes modelos y, si les parece, por una manera de entender, entre otras muchas, la arquitectura que nos queda, la que ha demostrado ser sostenible por sí misma gracias al análisis hecho por sus gentes, desde la arquitectura más popular hasta la más sofisticada, y ésta como resultado de la aplicación de la alta tecnología que está intentando sintetizar una observación más completa de algo realmente tan simple y complejo a la vez como es la creación.

Si fuéramos capaces de permitir que en unos simples bloques de hormigón, apilados para construir un dique que nos proteja del mar abierto, apareciera poco a poco fito y zooplancton, algas, peces, crustáceos… y así la vida plena, quizá lograríamos conectarnos con el mundo y éste, el nuestro, con el universo.

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