El poder de las palabras

En una esclarecedora columna, la psicóloga Cora de Elizalde explica cómo establecer una relación enriquecedora entre padres e hijos, que apunte a generar seguridad, autoestima, responsabilidad e independencia.

Muchas veces en el consultorio advierto la poca conciencia por parte de nosotros, “los padres”, del peso de la comunicación en la relación con nuestros hijos. Por supuesto que me refiero a la comunicación en sentido amplio, ya que encierra distintas aristas y posee distintos modos. Los gestos, las miradas, el lenguaje corporal, la palabra, etc.

En ese sentido, el psiquiatra Erick Berne decía: “La mirada de los padres puede convertir a un niño en un príncipe o en una rana”. Entonces, si la sutileza de una mirada puede tener ese efecto tan categórico y devastador, cabe en consecuencia preguntarse cuánto más daño puede causar en nuestros hijos la palabra.

Es significativa la importancia de elegir bien nuestras palabras a la hora de educar a nuestros hijos, porque, aunque no tengamos registro de ello, las palabras tienen un impacto directo en el desarrollo emocional de nuestros chicos.

Es muy importante que como padres seamos conscientes de que las formas y las palabras que utilizamos cuando les hablamos a nuestros hijos se convierten luego en su voz interior. Ellos internalizan lo que les decimos como creencia y se convierte en parte de su identidad, dejan una marca difícil de contrarrestar que puede bloquear el proceso de aprendizaje, impactar negativamente en su autoestima, seguridad, autonomía y responsabilidad.

Por eso, las palabras que elegimos pueden transmitir un mensaje de cercanía, empatía y comprensión, como: “Te veo enojado, ¿en qué puedo ayudarte?”, o de rechazo y agresión, como: “¡Sos insoportable, siempre estás enojado!”. Frente a un hecho, tenemos la opción de abordarlo desde diferentes ópticas: positiva, constructiva o negativa.

Si los insultamos y les gritamos, se van a acostumbrar y van a pensar que es la forma correcta de expresarse y es probable que después lo repitan en sus futuras relaciones. Debemos saber que las amenazas, las penitencias, los sobornos, la culpa o los insultos NO educan. Por el contrario, los chicos se sienten mal, enojados, no queridos, inseguros y tristes. Son propensos a ignorar sus sentimientos, ser más inseguros y dependientes. No se sienten queridos incondicionalmente por nosotros, sólo se sienten queridos cuando se portan bien, cuando obedecen. Es decir, sienten que el amor de sus padres está condicionado por su conducta.

Frente a esos escenarios, los chicos sienten que quien los ama puede agredirlos, lo que pone en juego su autoestima. Además, esos modos no enseñan ninguna habilidad importante para tener una buena vida, no les aporta ningún valor. Ninguna de esas “técnicas” educa y muchas veces pasa que nuestros hijos se acostumbran a obedecer sólo cuando reciben el grito o la amenaza.

Por ello, los padres necesitamos aprender habilidades emocionales para poder desarrollar una comunicación positiva con nuestros hijos. Con el fin de que se sientan amados por nosotros siempre, incondicionalmente -más allá de lo que hagan-, para brindarles la fortaleza que les permita soportar las dificultades de la vida cuando sean mayores, dándoles la confianza necesaria para poder generar vínculos sanos en las relaciones que establezcan (con su pareja, con sus hijos, en su trabajo, etc.).

Esencialmente, las habilidades a desarrollar por los adultos son:

Empatía: es entender y aceptar sus sentimientos y sus emociones, sin prejuicios y con respeto, aceptando que es un ser humano independiente de nosotros, al que también le pasan cosas. Es una respuesta emocional que se transmite con una mirada amorosa, una mirada que les dice que los aceptamos tal cual son. Por ejemplo: “Te entiendo, veo que estás triste”.

Comprensión: consiste en silenciar nuestros pensamientos y nuestros miedos para poder escucharlos atentamente, sin querer arreglar sus problemas o darles la solución. Entenderlos más allá de si estamos o no de acuerdo, sin juzgar y con respeto. Hablar menos, escuchar y preguntar más. Por ejemplo: “Eso debe haber sido difícil para vos, contame más”. 

Compasión: es la acción de aliviar o reducir una situación que a nuestros hijos les genera sufrimiento. Consiste en querer ayudar y se puede dar si hay empatía y comprensión. Implica acompañar su dolor, estando cerca, disponibles; puede ser a través de un abrazo, agarrándole la mano o diciéndole: “Te entiendo, pero la respuesta es no”.

Para estos casos, siempre pongo un ejemplo sencillo y gráfico. Si nuestro hijo le pega o de algún modo agrede a un amigo o hermano, primero debemos tener empatía para ponernos en sus zapatos, entender que si lo hizo fue por algo. Luego debemos comprender lo que nos dice escuchando sin juzgar y, por último, tener compasión. Es decir, ayudarlo a que pueda reaccionar distinto la próxima vez, diciéndole: “Entiendo lo que hiciste, comprendo lo que me decís, pero pegar está mal, te voy a ayudar para que puedas reaccionar distinto la próxima vez”. 

Esta comunicación positiva, donde predomina una actitud afectuosa, de escucha, comprensiva y compasiva, ayuda a que nuestros hijos puedan reconocer, aceptar y expresar sus sentimientos. Y así se les da la confianza, la autonomía, la responsabilidad y la seguridad para desenvolverse en la vida. 

No existen padres perfectos, no somos perfectos, todos nos equivocamos. Criar hijos es complejo, pero no imposible.

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