Los ojos de Borges

Ha muerto María Kodama. Habrá quien podrá pensar que su aporte a la literatura no es la causa por la que será recordada, y tendrá razón. No hay obras que la identifiquen como una figura señera en la producción literaria nacional. Pero, claramente, la recordaremos como la guía del más grande escritor de nuestro país y de nuestra lengua, desde Cervantes hasta hoy: Jorge Luis Borges.

Texto Patricio Di Nucci (*)

Al mirar tantas fotos de María Kodama, acompañando a Borges del brazo, indicándole el camino para llegar, no puedo prescindir de su importancia manifiesta en los últimos años del escritor, como si fuera sus ojos. Inmediatamente evoco, por esos juegos asociativos de nuestra mente, a otra guía, a otra inspiradora, que condujo por los entramados del paraíso al gran poeta que fue Dante: Beatriz. Si ella fue la imagen del amor puro, sobrenatural e idealizado, que prefigura la dama destinataria del amor cortés posterior, es también por eso la fuente nutricia del amor que conduce al poeta en el descubrimiento del bien supremo, en este caso el Bien Absoluto que es Dios. Pero el paralelo entre Kodama y Beatriz sigue siendo válido; en más de una ocasión Dante ve en los ojos de Beatriz la invitación a hablar; en los ojos de Beatriz ve la seguridad del camino; por sus ojos ve el mundo celestial, a tal punto que en un momento le dice a Dante que hay otras cosas para mirar, además de sus ojos.

Borges fue ciego desde la década del ´50, por lo que conoció a Kodama ya en penumbras. La misma Kodama cuenta que lo conoció en una librería, donde se chocó con él y le confesó que había escuchado alguna conferencia suya, a la que había sido llevada por su padre. Allí comenzó un vínculo que creció al amparo del estudio conjunto del inglés antiguo, y prosperó indefinidamente. Así se convirtió en sus ojos, en la guía que lo condujo por la vida a lo largo de muchos años, los últimos, del maestro. Por qué no pensar que el sufriente Borges, tantas veces desencantado y desesperanzado -confesión explícita- que asemejan su vida a un infierno o un purgatorio, no encontró el solaz apacible en la mirada que no veía con los ojos físicos, aunque los percibía con los ojos del alma. Qué nos impide pensar que Kodama le regaló felicidad, le ofreció ese paraíso que genera el amor. 

He leído alguna biografía de Borges en la que se maltrata a Kodama; a juzgar a la luz del paso del tiempo, y sin conocer pormenores de los vínculos humanos involucrados. Prefiero pensar que Kodama fue alegría en la vida del creador de la literatura argentina (mucha de la literatura de Borges no solo fue escrita en Argentina, sino que sus temas son argentinos) que deslumbró al mundo. Fue un escritor argentino con proyección universal. Recuerdo en el año 1997, en Reikiavik, Islandia, tenía que comprar un adaptador para el enchufe y pregunté en la calle dónde podía encontrarlo; un hombre muy amable se ofreció a acompañarme. En la charla por el camino me preguntó de dónde era y al contestarle pensé: “me va a decir Maradona” (Messi no figuraba aún). Para mi sorpresa, me dijo: “Borges”. Era un conocedor de la literatura antigua islandesa y había estudiado el islandés antiguo, y mi alegría fue tan grande como esa sorpresa. Borges fue conocido por los eruditos y por quienes se interesan por la literatura de altura. Y Kodama fue quien preservó, custodió, el patrimonio intangible de Borges. Fue sus ojos y también su guardián.

Finalmente, un recuerdo más personal. Hace algunos años me crucé con María Kodama en un museo, en Buenos Aires, y nos pusimos a conversar. Mi reconstrucción de esa charla es que giró en torno a un cuento de Borges. Fue una conversación de algunos minutos, pero interesante. Poco importa señalar de qué hablamos; lo que quiero destacar fue su cordialidad y la cercanía que me manifestó en ese cruce circunstancial conmigo, un desconocido para ella. 

(*) El autor es Licenciado en Teología (UCA y Licenciado en Letras (UBA)

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