Para ponerle nombre a las estrellas 

Un cuento breve de J.L. Borges llamado: “Leyenda” (Elogio de la sombra), nos dice, como al pasar: “En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre”. Tal vez resulte una buena aproximación a lo que llamamos literatura.

Texto Patricio Di Nucci (*)

¿Qué es? ¿De qué se trata lo que llamamos literatura?

Tenemos registros de textos antiquísimos que vuelcan en documentos, fijos –eso es la rigidez de la literatura-, la volatilidad de la palabra.

Pero retomando el texto de Borges, la literatura es resultado de la necesidad del hombre de nombrar las cosas que lo rodean, de describirlas, de dar cuenta del mundo.

Cualquiera sabe hablar, en cambio, leer es un trabajo, arduo al comienzo; familiarizarse con signos que remiten a sonidos, vincularlos, asociarlos y pronunciarlos formando cadena de significado, no es sencillo. Simplemente porque el cerebro humano no desarrolló aún la capacidad para hacerlo de modo natural, sino que requiere del esfuerzo de la adquisición. Por eso, quizá, resulte más fácil ver algo, una película, unas imágenes, que leer; tal vez la connaturalidad que tenemos con las imágenes por la condición de videntes de origen, nos haga sencilla la tarea de ver y nos exija un esfuerzo la de leer.

Ahora la realidad es más grande que la posibilidad de ser nombrada, es más rica, es renuente a caber en las palabras. A lo largo de la historia de la humanidad hubo diferentes estilos literarios que ensayaron un intento de aproximarse a la realidad. El realismo y el naturalismo –en Zola, por ejemplo- se entretienen durante varias páginas describiendo la manija de una puerta en un intento de agotar la realidad en el esfuerzo descriptivo. Tal vez lo que resulte indescriptible sea la simplicidad de la realidad. Borges, otra vez, no los dirá así: la realidad es simple, compleja es la literaturalización de la realidad; lo que es escurridizo tal vez sea la densidad profunda que cada cosa tiene, que el misterio de cada cosa nos la haga inasible. Otro escritor de fuste, el portugués Fernando Pessoa, buscó aproximarse a la realidad desde diferentes puntos de vista creando los heterónimos. Estos eran personajes de ficción creados por él, pero esos personajes eran, a la vez, escritores que nos contaban la realidad desde perspectivas diferentes. Esto es, Pessoa comprendió cabalmente los límites de la literatura y procedió a darle vida a diferentes narradores de la realidad, cada uno con su estilo y estética distintos. Esos heterónimos hacen una interpretación descriptiva complementaria de la realidad que abordan. Y quizá vea la relación entre literatura y su función desde un punto de vista original. Él decía que la literatura existía porque con la vida no alcanzaba. Es lo que dicen los personajes de Borges, pero con la necesidad de darle nombre a esa estrella.

También es cierto que la literatura desafía la creatividad, la capacidad de inventiva del hombre. Somos sensibles ante un escritor que nos cuenta de modo dinámico, que crea una trama y un argumento que nos atrapan en el ejercicio de la lectura. O los escritores de vanguardia en su estilo, en su originalidad narrativa, que nos deslumbran, no tanto por lo que dicen, sino por la originalidad con la que nos cuentan la realidad. Por ejemplo J. Joyce en “Retrato de un artista adolescente” y sobre todo en “Ulises”. En el primero el personaje va complejizando su lenguaje, su manera de contar, a medida que va creciendo en años, que va deviniendo un adulto e incorpora elementos para pensar al modo de alguien formado. En el segundo deja escuchar las voces interiores del personaje, narra la interioridad del protagonista acercando ese mundo que, si bien ya había algunos intentos en otros autores, ninguno había planteado de modo tan vivo el mundo interior que nos da Bloom, personaje principal de la obra. La realidad es todo, también el mundo interior que no está a la vista de otros, pero forma parte de nuestra existencia; el autor nos invita en esta obra a introducirnos en el mundo privado del personaje. Algo similar hará Faulkner años más tarde.

En el orden personal –de cualquier persona-, un texto es la apertura a un mundo, el mismo para todos, pero visto con otros ojos; como se dice: mirar el mundo con ojos prestados. Es sumar a la propia perspectiva, la de otro, la de muchos, que nos introducen con oficio y estilo en la maravilla de un universo que nos resultaba desconocido pero que nos deja mejores, más ricos, mejor capacitados para ponerle nombre a las estrellas.

(*) El autor es Licenciado en Teología (UCA y Licenciado en Letras (UBA)

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