“El proceso educativo es algo vivo”

Desde marzo pasado, Paola Delbosco es presidente de la Academia Nacional de Educación. De formación filosófica y amplia carrera docente en diferentes niveles e instituciones, es coautora de ocho libros de temas de ética en autores contemporáneos, y en 2019 publicó “Educar en la posmodernidad”, brinda una serie de conceptos muy interesantes para pensar y repensar el proceso educativo.

Doctora en filosofía, con más de 40 años de trayectoria docente y nueve hijos, Paola Delbosco preside desde marzo de este año la Academia Nacional de Educación, un organismo formado por exministros, rectores de universidades y docentes de los diferentes niveles (primario, secundario y universitario). Tal como dice su estatuto, su función es pensar y repensar la educación. “Es un espacio donde escuchamos voces diversas de gente comprometida con la educación, y de donde nos proponemos que salgan también propuestas de mejora e innovación”, explica Delbosco.

—¿Cómo se piensa y repiensa la educación?

—Es muy oportuno decir esto, porque el tema educativo no se resuelve “de una vez por todas”, es algo que crece con el mundo, con la cultura, con los descubrimientos científicos, con las exigencias sociales… Nos encontramos, por un lado, con quienes añoran los viejos tiempos, y por eso tienen diagnósticos exclusivamente negativos sobre lo que pasa hoy en las escuelas y, por el otro, con los que están enamorados del cambio por el cambio, porque dicen que no podemos seguir en el siglo XXI con una escuela pensada para el siglo XIX. Pero pensar y repensar la educación es algo mucho más complejo que no se resuelve ni con la rigidez ni con la simple incorporación de tecnología.

Para apoyar la idea del cambio, se dice que si una persona se despertara luego de dormir 100 años no se sentiría cómoda en ningún lado, salvo en la escuela. Esta idea es impactante, pero no lo dice todo. Es cierto que educamos para el futuro, pero para eso debemos transmitirle a la nueva generación todos los logros de la humanidad hasta ahora, para que cada nueva persona no tenga que empezar de cero. Por supuesto que hay que hacer una síntesis eficaz de lo que sabemos, porque el tiempo de formación no es infinito, y esa síntesis implica elegir qué es lo más relevante, tanto de los aciertos como de errores o de lo que aún no hemos resuelto. La educación es sin duda responsabilidad de la generación que ha llamado a la vida a las nuevas personas, y esta responsabilidad implica entregarles a estas nuevas personas todo lo que les hará falta para una vida generosa y significativa, conservando lo que vale la pena ser conservado, y analizando lo actual para imaginar respuestas innovativas a los problemas que se presenten. La clave es que esa transmisión sea franca y generosa, permitiendo un vínculo fecundo entre generaciones. 

—¿Qué es lo que no cambia de una generación a otra?

—Cierto grado de disciplina, cierto grado de tenacidad frente a los problemas, la capacidad de convivencia, la preocupación por la justicia, por la solidaridad… eso no cambia según los tiempos. Sí cambia el modo de transmitirlos, de ponerlos en práctica, pero son valores necesarios para el ser humano, por eso los textos de ética que uno lee, sean antiguos o modernos, tienen cosas en común. Para resumir: en educación hay que ser progresistas y conservadores al mismo tiempo. La prudencia es ver qué conservamos y en qué progresamos, para que cada generación tenga la ventaja de arrancar a partir de lo hecho, si es bueno, y sepa explorar nuevos modos de encarar temas aún no resueltos. La educación es algo vivo, no es algo enlatado.

—Un tema fundamental es el rol del docente en sus distintos niveles, ¿cuál debe ser hoy?

—En cada nivel educativo es muy importante el compromiso profesional y personal de cada docente. Las maestras jardineras deben manejar el primer ingreso de los niños al mundo extra familiar, sus primeros contactos interpersonales entre pares, las primeras exploraciones con materiales, instrumentos, etc. La educación inicial realmente abre al mundo. En la escuela primaria el maestro o la maestra deben reconocer lo que cada alumno sabe hacer y puede dar, y ese reconocimiento de talentos es realmente un trabajo de orfebre. Antes, en una escuela más rígida, había una especie de pirámide, con los mejores de la clase arriba y los demás en degradé. Hoy día, si hemos conquistado algo, es la visibilidad de los dones diversos de cada uno. La escuela secundaria abre la mente a lo científico, a lo histórico, a lo artístico y lo filosófico, no en un sentido abstractamente enciclopedista, sino porque no se puede amar lo que no conoce y no se puede conocer la propia vocación hacia algún campo específico del saber y del hacer si alguien no lo presentó. También eso se puede lograr por fuera de la escuela, por supuesto. Pero la escuela tiene que mostrar el amplio mundo en sus respuestas y sus preguntas.

—¿Cuánto aporta a la educación formal la acumulación de datos e información que existe en la web?

—Esa información es muy dispar en cuanto a su solidez y su densidad. La escuela debe brindar la capacidad crítica para distinguir los datos confiables de las patrañas. La web es una fuente de datos, es verdad, pero no todo es de fiar, y no podemos pretender seguridad absoluta en cuanto a la calidad de los contenidos, cuando no existe en la web  el compromiso con la educación que tiene, o debe tener, un docente. Parte del proceso educativo consiste en adquirir la capacidad crítica para distinguir lo valioso de lo no valioso, y también advertir cuando, a través de la web u otros medios, se busca manipular, no formar ni informar. No se trata simplemente de llenar una hoja de renglones, sino de comprender a fondo un tema.

—¿Qué se debe buscar en la formación docente?

—Una buena formación docente significa solidez en los conocimientos y apertura a nuevos descubrimientos y aplicaciones. ¡Y entusiasmo! Cuanto más débil es la preparación, menor es la cuota de entusiasmo, eso te lo firmo. Una preparación robusta, intensa, con formadores que enamoren con sus contenidos hace que salgan docentes con vocación. Hay que tener una preocupación genuina por los institutos de formación docente.

—Los chicos y chicas hoy viven con el celular en la mano, ¿se lo puede incorporar a la enseñanza formal?

—Es algo complicado, y es distinto según la edad. Por ejemplo, en la primaria creo que no es posible un buen uso educativo; pero probablemente en los últimos dos años se podría incorporar para búsqueda de datos, ejercicios colectivos, porcentuales, etc., pero siempre con la supervisión activa e inteligente de los educadores. En la secundaria lo veo más posible, aunque con límites, y con un tiempo acotado de uso con finalidades bien especificadas. El celular permite una pérdida de atención, y una gran dispersión, si su uso no está claramente pautado. Luchamos para mantener la atención de los chicos, y sabemos qué elementos la disipan, también en adultos.

—La mirada que los argentinos tenemos sobre nuestro sistema educativo suele ser muy pesimista, ¿es real eso, es un desastre?

—Yo creo que hay diagnósticos que son ciertos, por ejemplo, cuando se compara lo que sabía el promedio de los alumnos de secundario hace 30 o 40 años y lo que sabe ahora, hay contenidos que han disminuido. Pero también es cierto que hay más conocimiento esparcido en una población más grande. Por supuesto que hay que trabajar para que ese conocimiento difundido, esa educación, sea de mejor calidad. Y ahí volvemos al tema de la formación docente. Otro tema que rescato es el muy buen nivel que tienen algunas escuelas periféricas y rurales de diferentes partes del país, cuyos resultados de las pruebas Aprender estaban en el mismo nivel que las mejores escuelas urbanas. ¿Por qué razón?  Quizás se debe a un mayor compromiso de los docentes, que en el plurigrado se dedican con especial esmero a cada uno, y esa dedicación en el ejercicio de la docencia se nota en los resultados de los alumnos.

Junto con los diagnósticos negativos, es necesario siempre resaltar lo que se hace bien, lo que mejoró, lo que se logró, porque nuestro trabajo, que es tan rutinario, necesita como combustible la convicción de que se puede hacer bien y mejor.

CV breve 

María Paola Scarinci de Delbosco

Doctora en filosofía por la Universitá degli Studi di Roma

Titular de Deontología en la carrera de Comunicación en la Un. Austral; 

Titular en la cátedra de Ética de la Comunicación en la Maestría y Doctorado en Gestión de la Comunicación y en la Maestría en Políticas Públicas -Universidad Austral 

Profesora part time en IAE, Escuela de Dirección y Negocios/Austral; 

Oradora en cursos, jornadas y congresos en el país y en el exterior; 

Autora de numerosos artículos y capítulos de libros; 

Coautora de siete libros referidos a temas éticos. 

En 2019 ha publicado “Educar en la posmodernidad”, ed. Bonum.

En 1997 ha recibido el premio ‘Santa María de la Nieves’ por su defensa de la vida. 

En 2003 el premio “Juntos Educar” de la Arquidiócesis de Buenos Aires por sus aportes a la educación.

En 2009 el premio Swaroski por aportes a la comunidad. 

En 2017 ha publicado su aporte en “100 políticas para la Argentina del 2030”

Desde 2016 es miembro de número de la academia de Ciencias y Artes de san Isidro.

En 2022 ha sido elegida Presidente de la Academia Nacional de Educación, de la que es miembro de número desde 2013.

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