Por qué leer los clásicos

La literatura clásica no envejece, nos habla de esencias a través de hechos simples o corrientes y, aunque pasen los años, siempre estarán allí esperándonos para ser leídos. 

Texto Patricio Di Nucci (*)

Como sucede en todas las expresiones artísticas del hombre, a esas obras que sobreviven los tiempos y sus culturas, convirtiéndose en patrimonio común, las llamamos clásicos. Van algunos ejemplos. 

¿Por qué se sigue leyendo La Ilíada? Narra una guerra como tantas otras, y la narra sin lo que hoy entendemos como rigor histórico. Sin embargo, aún se imprime, se traduce, es estudiada como si su mensaje continuará inacabado y aún conservará la frescura de lo recién escrito, aunque generaciones y generaciones, hayan leído este célebre poema. 

El ser humano encuentra en algunas obras literarias respuestas a sus preguntas básicas. En La Ilíada se trata de los límites de la pasión en el amor (el de París por Helena; el de Aquiles por Patroclo), en la valentía (de guerreros que arriesgan y pierden la vida por amor a su patria y a su rey), en la traición (como la de Agamenón a Aquiles), y surge la humillación a la que es capaz de llegar un padre por amor a su hijo. Este clásico toca fibras, y el sentido de la vida del hombre común, que puede amar, traicionar o humillarse. 

Si La Ilíada es la narración que describe los rasgos y las conductas humanas en general, La Odisea es el poema que describe los desafíos del hombre griego, que marcarán definitivamente occidente. Para un griego, el modelo no era Aquiles sino Ulises, el buscador infatigable, el curioso que no descansa y navega por mares lejanos en procura de una verdad ignota. Será Dante, en el canto XXVI del Infierno, que nos narrará el fin de la vida del inquieto Ulises. Una referencia extratextual que –en la descripción de otro gran clásico, como fue La divina comedia- nos ofrece una interpretación del final del marino. 

Otro clásico es Virgilio y su Eneida, quien sigue respondiendo interrogantes humanos. Para Dante Alighieri fue su “maestro y guía”, como lo llama en La comedia. Este clásico fundante fue el canto itálico del origen épico de la Roma imperial, la que se adueñó del mediterráneo y del mundo de entonces; la pluma del poeta del último decenio antes de Cristo, contó en ella su origen y su historia. En otra línea de clásicos, uno del siglo XX, Hermann Broch, narra, ficcionalmente, las últimas horas del poeta inmortal Publio Virgilio Marón. La lectura que nos ofrece Virgilio en la Eneida es la del pueblo nuevo que comienza como un brote, sobreviviente de la incendiada Troya. Virgilio constituye a Roma en la nueva Troya que, por designio de los dioses, tiene en Eneas a su semilla, como desafío de su misión. Carente de historia épica, Roma encuentra en la obra de Virgilio el linaje pretérito que justifica un origen glorioso, iniciado por los dioses. 

Dice el intelectual catalán Eugenio D´Ors que una obra es moderna porque, además de decir algo nuevo, lo dice de un modo original. Con este criterio, un clásico y a la vez moderno, puede ser el romántico Víctor Hugo, naturalistas como Zola, realistas como Pérez Galdós. En Los Miserables, Hugo nos cuenta la historia de los personajes desde la estética romántica. Cómo se construye la psicología, las características de los personajes principales -además de narrarnos un momento intenso de la vida de Francia- su capacidad descriptiva, y la vertiginosidad de su prosa, nos propone un punto de vista del análisis de la realidad que, más de ciento cincuenta años después, nos sigue atrapando con entusiasmo. Zola, que bajo el influjo imperante de fines del siglo XIX, con el despertar de las ciencias positivas y su instalación como punto de vista para la comprensión y explicación de la totalidad del universo humano, quiso llevar esa perspectiva de análisis también a la literatura, pretendiendo que el proceso narrativo siguiera el rigor de la ciencia de la naturaleza. Mientras Pérez Galdós logra una penetración sutilísima en el alma del español -sobre todo del madrileño- de fines del XIX y principios del XX, en Fortunata y Jacinta, o Tormento o Misericordia. Los clásicos son inacabables porque al tocar este punto en Galdós no podemos silenciar la penetración, la agudeza de Dostoievski en Crimen y Castigo o en Los hermanos Karamazov. 

Los clásicos son los textos que, aunque pasen los años, siempre estarán allí esperándonos para ser leídos. Y su frescura, la que viene de la profundidad de su mensaje, anima,  consuela, entusiasma y enriquece a sus lectores.  

(*) El autor es Licenciado en Teología (UCA y Licenciado en Letras (UBA).

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