Tendiendo puentes

Monseñor Jorge Casaretto recibió un nuevo doctorado Honoris Causa, como reconocimiento a su vida dedicada al sacerdocio y a convocar al diálogo a la sociedad entera.

Jorge Casaretto abre la puerta con una sonrisa, va y viene por su amplio espacio, donde recibe al equipo de Revista Nordelta sin apuro alguno. A sus ochenta y seis años, con más de una década como obispo emérito (retirado a sus setenta y cinco, de acuerdo a la norma canónica), continúa entregado a la misión que recibió a los veintidós. Cada oportunidad de transmitir un mensaje es bien recibida por él, y esta entrevista no es la excepción.

Pasaron sólo unos días desde que recibió el doctorado Honoris Causa de parte de la Universidad de San Isidro, institución cuya creación impulsó. El reconocimiento se fundamenta en una vida de servicio que lo tuvo como obispo de Rafaela y San Isidro, presidente de Caritas y Pastoral Social, e integrante del Diálogo Argentino convocado por el presidente Eduardo Duhalde en 2001, en un intento por diagramar un proyecto de país en medio de la profunda crisis económica y social de entonces.

– ¿Esta distinción invita, de alguna forma, a hacer un repaso por el recorrido personal?

– Sí, pero el repaso de la vida de uno lo hace Dios, uno está en sus manos. Lo que le agradezco a Dios es poder seguir siendo sacerdote y cumplir mis misiones sacerdotales. Celebro misa por acá cerca, y los domingos voy con el auto, manejando, a celebrarla a Rincón de Milberg. Estoy contento porque tengo lucidez y puedo seguir trabajando: atiendo gente, leo mucho y estoy escribiendo la segunda parte del libro recién presentado. 

– Hay, sin embargo, un repaso en su reciente libro, “¿A quién iremos? Una vida con Jesús”…

– Sí, ahí hay meditaciones de carácter espiritual que me han ayudado a mí y publico para todos los cristianos que quieran rezar un poquito mejor. También cuento algo de mi vida.

Entre otros momentos de su vínculo con Dios, en el libro, Casaretto recordó cómo, en su primera comunión, tuvo la conciencia clara de que recibía a Jesucristo y sintió cómo obró en él con mucha fuerza. Con los años, durante sus estudios en el Colegio Nacional Buenos Aires, Casaretto desarrolló una vocación social y política, en parte a instancias de sus profesores, que promovían el preocuparse por el país en general. El bien común por encima del propio, revalorando siempre las tres virtudes que son importantes para él: la gratitud, el ser amigable y la oración. 

Mientras desarrollaba sus estudios de ingeniería, y soñaba con construir puentes al tiempo que militaba en el centro de estudiantes y la FUBA, en un retiro espiritual recibió el llamado que reorientaría su vida entera. “Cuando medité en ese retiro espiritual, pensé en cómo Jesús llamaba a sus apóstoles para que lo siguieran. ´Y si me llama a mí, ¿qué le respondo?´, me pregunté. Fue un pensamiento que tomó mucha fuerza en mi corazón. Uno no escucha voces ni nada por el estilo, fue una situación interior. Jesús me pidió conceder toda mi vida como se lo pidió a San Pedro, a Santiago, a Pablo. Si Dios me pide esto, ¿qué voy a contestar? Estuve un año haciendo un discernimiento, con ese pensamiento muy fuerte en mi corazón, y al final decidí que sí. Cuando entré al seminario, ya grande, a los veintidós, fue porque me di cuenta de que era un llamado de Dios y tenía que consagrar toda mi vida a predicar el evangelio y cumplir la misión que me pedía”, recuerda.

– Esta misión se articuló con aquella vocación política preexistente, ¿verdad?

– Sin lugar a dudas, en el plan de Dios está todo. En la acción católica estaba preocupado no sólo por lo personal, sino por el país y por el mundo. Para estar en alguna comisión episcopal te eligen los obispos, y si te eligen es porque ven condiciones. Si me eligieron para Caritas y Pastoral Social es porque veían que yo tenía una inclinación natural a esa preocupación por el bien común. La tenía metida adentro y la expresaba en mi sacerdocio.

– En el Diálogo Argentino, la mesa que lo reunió junto a sectores políticos y sociales para salir de la crisis del 2001, armaron un proyecto de país. ¿Cuánto de eso se concretó?

– Ese proyecto no se concretó nunca, lamentablemente. Pasaron más de mil personas, entre empresarios, sindicalistas, políticos, los nacientes movimientos sociales. Éramos tres obispos con tres políticos y tres miembros del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Elaboramos todo un programa en el orden educativo, económico, social. Pero nunca se pudo plasmar. Lamentablemente, siento que hemos ido retrocediendo como país. En aquel momento estábamos en una crisis muy fuerte, con un nivel de pobreza de golpe muy alto, pero se había recuperado. Ahora estamos con un 40% de pobreza.

– ¿Qué sería necesario para salir de la crisis?

– Muchas cosas, pero en principio diálogo. Y creo que ahora hay menos posibilidad de diálogo. En aquel momento todos los que fueron convocados vinieron a dialogar. Ahora me parece que hay compartimentos ideológicos más fuertes, que no están tan dispuestos. La nuestra es una democracia un poco corporativa, y las corporaciones a veces buscan más el bien de la corporación que el bien común. En momentos de crisis puede haber soluciones violentas, que son las que hay que evitar, o la solución del diálogo. Pero para dialogar tiene que haber capacidad de renunciar a los propios intereses para llegar a acuerdos. Dios me quitó la posibilidad de hacer puentes a través de la ingeniería para poder hacer puentes entre Dios y las personas. Y es lo que sigo intentando hacer.

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