La divina comedia

Hay textos a los que la historia no puede abandonar en ningún estante de biblioteca. La lista es larga, cualquiera de los clásicos está allí. Y uno es La divina comedia, de Dante Alighieri. Y porque son eternos, nos detenemos en ellos para descubrir lo que nos trae su texto. Por Patricio Di Nucci (*)

El florentino Dante Alighieri, autor de La divina comedia fue un hombre de una gran formación teológica, filosófica y literaria. Fue contemporáneo de Santo Tomás de Aquino, quien marcó el pensamiento teológico desde el siglo XIII en adelante, y lo conoció muy bien. Estudioso del griego Aristóteles, de quien se alimentó Santo Tomás, fue la fuente de la que se nutrió para estructurar el poema. También fue un hombre religioso, lo que lo condujo al respeto debido a la autoridad de la Iglesia. Y finalmente, fue un hombre fuertemente comprometido con la política de su tiempo. Un juego de tensiones cargado de conflictos con la autoridad papal a la que asigna responsabilidad imprescindente en las pulsiones políticas de la época. Todo eso aparecerá en La divina comedia como construcción ficcional de las decisiones y sus consecuencias en la historia completa del destino humano, que incluye, como hombre religioso, el final eterno como consecuencias de su obrar en la tierra.

Dante nos va llevando por un viaje que dura algo menos de una semana por los tres estadios del eterno destino humano, según la concepción cristiana del más allá: infierno, purgatorio y paraíso. Y en los tres nos encontraremos figuras históricas de todos los tiempos, de la mitología y contemporáneos al autor. Cada uno va cumpliendo el rol que el autor le asigna en función del mensaje que pretende comunicar. No debemos olvidar que se trata de una ficción en que los condenados, como los purgantes o salvados, son especulaciones del poeta. Y en ese viaje nos enseña, entre otras cosas, el modo como cada ser humano es dueño y artífice de la vida que construye con sus decisiones. 

Para quien leyera buscando algo diferente a una creación poética, estaría incurriendo en el error de pensar que el autor se atribuye la autoridad divina para condenar o salvar a alguien. Y, con una atención prevenida, el lector se dará cuenta de ciertas arbitrariedades que no menoscaban la potencia del mensaje. Solo arbitran las licencias que todo autor puede tomar al construir un texto, sea poesía, o prosa. Como ejemplo: al emperador Trajano, que no fue cristiano, por lo que debería estar en el Limbo (Canto IV del Infierno), aparece en el Paraíso. ¿Y cómo lo hizo? Apeló a una teoría de un teólogo del siglo anterior que sostenía que Dios era tan poderoso que podía modificar la historia. Es decir: que lo que sucedió no haya sucedido. Así hizo volver por unos días a Trajano a la vida, convertirlo al cristianismo y de ese modo alcanzar la salvación. Ese juego no menoscaba la validez del mensaje que sería aquí: la fe en Cristo es la única causa de la salvación.

Otra cosa, no menos importante, es la belleza del texto en sí mismo, su construcción gramatical, su juego de recursos de estilo, etc. Borges cuenta que comenzó a leer la Comedia en inglés y en italiano, en un libro que traía los textos en espejo en sendas páginas; al llegar al final del purgatorio se dio cuenta de que podía seguir leyéndola sólo en italiano, y frente a alguna dificultad ir al inglés. No propongo tanto, pero sí tener en cuenta que el esfuerzo de leerlo en la lengua original solo es un esfuerzo al principio, luego se va haciendo más fácil y más musical.

El espacio es escaso, pero Dios quiera que pueda despertar en alguien el interés por leer una obra que después de haberlo hecho, no serán los mismos.

(*) El autor es Licenciado en Teología (UCA y Licenciado en Letras (UBA)

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