Borges y Dante

Atento lector de “La divina comedia” de Dante Alighieri, así fue el escritor Jorge Luis Borges. Se sabe por sus múltiples ensayos, breves casi todos, y conferencias en las que habló sobre el tema. Tal vez no sea tan conocido el cuento “La otra muerte” en relación con el poema dantesco, pero existe una estrecha relación entre ambos. 

En el canto XX del Paraíso nos encontramos con un personaje entrañable de la historia y de la narrativa de Dante: el emperador Trajano. Este emperador, que gobernó a caballo entre el primer y segundo siglo de la era cristiana, fue inmortalizado por la administración de justicia y desarrollo del pueblo sobre el que ejercía poder. Octavio Paz dice que el período de los cinco emperadores de la época que incluye a Trajano fue la época de mayor tranquilidad y desarrollo humano de la historia: La Pax Romana, así denominada. Pero el problema que se encuentra Dante es que Trajano no era cristiano, no había conocido a Cristo y, en su esquema teológico, ningún ignorante de Cristo accedería a la salvación; tendría que haberlo puesto en el canto IV del Infierno, en el Limbo. Pero el poema hace un giro extraordinario y, apelando a una teoría medioeval de San Pedro Damián, lo hace volver a la vida, convertirse y así lo ubica en el Paraíso.

El cuento de Borges, no inocentemente, se trata de un personaje llamado Pedro Damián que tiene dos muertes: una valiente y encomiable, otra cobarde y olvidable. La una y la otra deben excluirse porque las difieren cuarenta años. El interlocutor, que nos permite seguir la unidad del texto, que nos revela la distorsión entre una narración de la muerte y la otra, se encuentra con testigos de esa muerte valiente o cobarde. Pero para la prevalencia de una de las dos posibilidades, porque es imposible la convivencia de ambas, los interlocutores del narrador que da unidad al texto, deben olvidar, deben modificar su historia. Cuando narran la versión de la actitud cobarde lo hacen describiendo de un modo a Pedro Damián; cuando cuentan la muerte valiente deben olvidar la anterior, y así modificar la historia y sus consecuencias que concatenan la sucesión de los actos posteriores.

Del texto podemos obtener una doble posibilidad de análisis al margen del literario, que es lo específico: uno, al que podríamos llamar existencial y otro de carácter teológico-filosófico, aunque se presenten en parte imbricados.

Ambas nos remiten a la irrevocabilidad del pasado. Las cosas suceden de un modo único y excluyente. Aristóteles lo dirá así: se nacen múltiples posibilidades, se realiza una. Lo que nos debe poner en la situación de humildad frente a nuestras propias debilidades y flaquezas; rasgo generalmente presente en gente que ya ha vivido muchos años y es conocedor, por experiencia propia, de las falencias de las que es capaz de cometer. Y, en el plano existencial, nos disponga de manera más sabia frente al futuro para quebrar rigideces que nos endurezcan frente a nosotros y los otros; que nos quiten la plasticidad propia de la misericordia para perdonar y perdonarnos. Otra vez Borges: “El peor laberinto no es esa forma intrincada que puede atraparnos para siempre, sino una línea recta única y precisa”.

Borges termina su cuento haciendo una referencia a Virgilio en una escrito (Égloga IV) en el que anunciaba proféticamente el nacimiento de Cristo (Virgilio muere diecinueve años antes del nacimiento de Cristo). Podemos decir, porque es un dato de la historia, que Virgilio adelantó, de manera compatible con el nacimiento del Redentor, un hecho del futuro. Personalmente me interesó cómo Virgilio pudo adelantar un acontecimiento semejante, fuera de toda posibilidad de conocimiento natural. Virgilio era un intelectual curioso y se nutría de variadas fuentes; también lo hizo de la Biblia hebrea y así lo consignó.

Como no podemos modificar el pasado no podemos adelantar el futuro. Esa precisión respecto del ayer es la incertidumbre respecto del mañana. Esa es también la condición que hace apasionante la vida humana.

Por qué Dante hizo tantos malabares para rescatar a Trajano del infierno y no quiso hacerlo con Virgilio a quien llamó padre y maestro, es una cuestión que quedará para otra oportunidad. Mientras tanto disfrutemos del Borges que nos enseña cómo leer a Dante.

(*) El autor es Licenciado en Teología (UCA y Licenciado en Letras (UBA)

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