En un texto exclusivo para Revista Nordelta, el prestigioso historiador y periodista Daniel Balmaceda presenta su libro “Sarmiento, el presidente que cambió a la Argentina”, en el que revela detalles sobre la vida del sanjuanino más famoso de nuestra historia.
En el amplio comedor de la casa de mis abuelos, los recuerdos evocan aquella mesa larga siempre poblada. Los más pequeños solíamos sentarnos lejos de la cabecera, ocupada por mi querido abuelo Carlos Felipe. Detrás de él, observándonos con el ceño fruncido y apuntándonos con el dedo índice de la mano derecha, estaba Sarmiento. No he visto ese retrato en ningún otro lugar, aunque estoy convencido de que el gesto y las facciones corresponden a su época como legislador, después de su presidencia.
A nosotros, los más pequeños, nos parecía que el hombre del cuadro nos estaba retando, cuando en realidad dirigía un discurso cargado de energía a sus colegas. Pensándolo bien, es muy probable que estuviera retándolos. Según sus contemporáneos, se trataba de un hombre terco, de mal carácter, altanero y gruñón. Sin embargo, también era visto como adorable, entusiasta, de buen humor y apasionado.
Aquel retrato, con su mirada severa y su dedo acusador, siempre me hizo pensar en la dualidad de Sarmiento, hombre de contrastes, capaz de inspirar tanto admiración como rechazo. Por un lado, está el hombre que detestaba a los gauchos, quería entregar la Patagonia a Chile y pidió la cabeza de López Jordán. Por otro lado, tenemos al visionario que amaba y protegía a los animales, que brindó la primera educación y herramientas para progresar a millones de nuestros abuelos, que admiraba al hombre de campo -al paisano trabajador, no al gaucho pendenciero- y que impulsó la producción agropecuaria, principal riqueza de nuestra tierra.
Más allá de las polémicas y los juicios históricos, mi intención fue plasmar al hombre detrás del mito. Al Sarmiento que se levantaba cada mañana con la misma pasión que lo llevaba a escribir hasta altas horas de la noche. Al que se emocionaba al ver ondear la bandera argentina. Al que, a pesar de su fama de gruñón, era capaz de reír a carcajadas y disfrutar de la vida con una intensidad contagiosa.
El problema de aferrarse a los extremos es no poder reconciliar los inevitables matices en la vida de las figuras del pasado. A quienes aman a Sarmiento les incomoda saber que él declaró que no había que ahorrar sangre de gaucho. A quienes lo odian, les molesta que al menos alguno de sus ascendientes dejó de ser analfabeto gracias a la acción concreta del sanjuanino.
Así como existe un Sarmiento a la medida de cada uno, también tenemos uno propio, el que se descubrirá a través de las páginas que he escrito. El libro se ha centrado en el apasionante período de su presidencia, que en los programas de estudio solo se menciona superficialmente debido a las limitaciones del tiempo escolar. No obstante, también hemos repasado otras facetas de su vida que están estrechamente relacionadas con sus seis años de gobierno. No solo hemos explorado los logros y fracasos de su presidencia, sino también las pequeñas historias que lo hacen tan fascinante. Hemos narrado su amor por el Delta, su afición por la astronomía, su torpeza para bailar y su debilidad por los dulces. También figuran sus amistades, sus amores y sus desengaños, los testigos de sus momentos de gloria y de sus horas más oscuras.
Sarmiento enfrentó el primer magnicidio de nuestra historia, fue víctima del primer atentado a un presidente en ejercicio del cargo, organizó el primer censo nacional y duplicó la superficie del territorio argentino. Asumió con la pesada herencia de una guerra en curso y completó su presidencia en medio de una rebelión militar. Durante su mandato, vivió de prestado en casas de parientes tras su separación informal de su esposa. La prensa lo trató de borracho, corrupto, inútil y anticonstitucional.
Fue el hombre que multiplicó las escuelas en todo el país y el que, en una tarde, disparó una ametralladora contra una de ellas. Fue quien vetó la decisión del Congreso de convertir a Rosario en la Capital Federal de la República, y también quien introdujo el cultivo de mimbre en el Tigre, anticipando la necesidad de canastos para la creciente producción frutícola. Esos y muchos otros episodios ofrecerán una visión personal sobre el maestro sanjuanino, que no participó de su propia campaña, que no tuvo “luna de miel” y que, por su carácter impetuoso, fue objeto de burlas constantes.
Su presidencia marcó un cambio notable en el destino de la Nación. Tomó decisiones críticas cuando la urgencia lo requería y cometió el error de bajar al llano para debatir en lugar de seguir enfocado en sus proyectos.
Espero haber logrado mi objetivo: que el señor enojado del cuadro del comedor, que luchó por ver grande a su patria, abandone esa postura y se ponga en movimiento. Para que todos podamos conocer a un compatriota que perdura en la memoria de todos los argentinos.