lunes, mayo 12, 2025
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“Creo que con Borges estábamos predestinados”

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A 30 años de la muerte de Jorge Luis Borges, María Kodama asegura que ella sigue pasando sus días junto a él, que toma el sostenimiento de su legado como una responsabilidad monstruosa y que los homenajes le dan felicidad. Una entrevista profunda e imperdible.

Imagino a esa niña, puedo imaginarla. Tiene diez años y acaba de leer unas palabras majestuosas. Luego me dirá que no llegó a comprenderlas pero que, sin embargo, impactaron en ella y quedaron ahí, resonando, hasta que pudo conocer al maestro. Contará también que años más tarde se tropezó con él en plena calle Florida y que Borges le propuso estudiar anglosajón juntos. Entre ellos nada parece casual sino una cita. Una cita a través ¿de qué tiempos? Ahora ambas estamos en un bar.

La mujer que tengo enfrente (la niña deslumbrada por “Las Ruinas Circulares”) habla de Borges como si estuvieran juntos aún, y siento que verdaderamente lo están. Corpúsculos, diría Saer, en los que se asienta la materia del recuerdo. Corpúsculos vitales y siempre renovándose, agrego yo.

— Sos una viajera empedernida, ¿siempre viajás por Borges o también por vos?

— Por mí sólo hice un viaje, cuando cambió el siglo. Estuve una semana en el desierto de Sahara, con parientes de Goytisolo; y fue maravilloso entender que, si hubiera algo que salvar de la Naturaleza, salvaría al mar y al desierto. Porque el desierto es otra especie de mar; cambia de forma y de color como él e instala la adrenalina en el pecho porque es peligroso, y eso fascina. Ahí entendí algo, pero no intelectualmente sino desde otro punto de vista, una cosa mucho más profunda, adentro, en el cuerpo, y es que no somos nada. Por eso valió la pena estar ahí.

— Saint Exúpery decía que no se ve nada, no se oye nada, pero algo resplandece, ¿es así?

— Claro que sí. Y eso de que no se oye nada, tampoco; porque de pronto, a la noche, el viento te trae sonidos de música desde los refugios, o escuchás a los bichos caminando o sentís que se desmorona la arena. Es muy fascinante.

— La vida con Borges debe de haber sido fascinante también. ¿Y cómo es la vida sin él?

— No es sin Borges, es con. Él está. Borges era agnóstico, como yo; pero decía que, si la reencarnación es posible, nosotros veníamos seguramente de muchas vidas y teníamos que prometernos que íbamos a reencontrarnos. -Prometido, Borges, pero en la próxima voy a ser científica. Y él: -No, por favor, no me diga eso que yo voy a volver a ser escritor. Resulta muy interesante que el primer cuento que leí de él, en una revista, seguramente Sur, fue… Yo abro la revista y leo: Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche… Y me digo, ¿qué es esto? Leí hasta el final y no entendí nada, pero quedé fascinada, sigo fascinada por ese cuento gracias al cual pude comprar la Fundación, porque yo quería ver el lugar en donde Borges había escrito mi cuento. Entonces dio la casualidad de que estaba en venta la casa de al lado. Sabía que no iba a poder comprarla, pero sí quería ver el jardín de mi cuento. Y fue muy curioso, una cosa rarísima: llega una persona de la inmobiliaria, me la muestra, miro desde la terraza el lugar y le digo: -Yo creo que usted se ha dado cuenta de que yo no voy a comprar esto. Para mi sorpresa, la señora había estado en el entierro de Borges y me había saludado; así que me ofreció que tirara una cifra. Entonces calculé cuánto había quedado de la mitad del departamento de él y saqué una hipoteca por el mío. Le di la cifra y pensé que eso no iba a prosperar. Para mi sorpresa, diez días después me llamó para confirmarme que la casa era para mí. Y me contó que quienes vendían eran fanáticos de Borges y que alguna vez nos habían visto en Europa y se habían sentado cerca de nosotros sólo para saber de qué hablábamos. Y que si yo decía que ese era el precio que podía pagar, iban a vendérmela por esa suma. Fue muy maravilloso: ni siquiera los conocí porque, cuando se firmó la escritura, yo era jurado del premio Juan Rulfo en México. Entonces no sé quiénes son… y es mucho mejor así. Es más mágico.

María Kodama

— De algún modo está como afantasmado, como si hubiera una transparencia y no pudiera verse del todo…

— Exactamente. Y después lo que es lindísimo es que yo lo hice por ese cuento, a tal punto que si saliera una ley que dijera que hay que sacrificar toda la obra de un autor, menos uno… yo salvaría justamente a ese. Y después fue también maravilloso que, pasados muchos años, hará dos, en el Salón del Libro la editorial Sur presentaba un reportaje que le hacía Victoria Ocampo. Ella iba mostrándole fotos y él le decía qué había sucedido allí. Cuando me dan el material para que yo haga el prólogo, leo atentamente y, cuando llego al cuento, pienso “No es posible esto”, porque él le responde que en esa casa escribió “Las ruinas circulares” en una semana: -Yo iba y venía, salía con amigos, y lo único que quería era volver a esa casa porque nunca, ni antes ni después, pude escribir nada con esa intensidad. Esa intensidad es la que recibió una chica de diez años y la que guardó para toda la vida.

— Eras muy chica…

— Es que yo nunca fui chica. A mí me criaron así, con responsabilidad. Yo no podía entender el cuento, pero para mí era como algo mágico. Y además leía todo lo que caía en mis manos. Me gusta estudiar y sigo haciéndolo cuando puedo. Ahora encontré una amiga con la que empezamos a estudiar japonés.

 

— Pensaba preguntarte qué pasa cuando los senderos se bifurcan, pero me doy cuenta de que nunca se bifurcaron.

— No, es una permanencia. Es algo interior, como si siempre estuviera conmigo.

— ¿Te sentís muy responsable de los pasos que das o podés jugar con eso?

— No, no puedo jugar. Y mucho menos sabiendo cómo él vivía su obra. Es una responsabilidad monstruosa.

— ¿Y qué pasa en tu interior frente a cada homenaje?

— Me siento muy feliz de ver que la gente apoya esto, que su obra sigue viva. Me da felicidad.

— ¿Y su postura filosófica? Hay algo que lo acerca al neoplatonismo, en “Funes el memorioso” por ejemplo; o a lo oriental, a cierta metafísica idealista. ¿Está todo eso en él o somos nosotros quienes creemos verlo y él vería otra cosa?

— No sé. Él tenía toda la base filosófica, ya que la mayoría de los libros de su biblioteca son de filosofía y daba vuelta todo eso, lo trasmutaba y lo convertía en literatura. Luego todo depende también de cada lector. Uno es lector desde la óptica de lo que leyó antes. Pero él no escribía pensando en todo eso. Escribía como si soñara. Se preguntaba para qué le servía ese sueño y entonces le daba forma de poema o de prosa. Y sobre eso trabajaba. Pero también podía pasar meses sin escribir y no le importaba. No tomaba nada dramáticamente. Siempre supo elegir, se divertía.

— Si tuvieras que rescatar cinco bellos recuerdos de tu vida con Borges, ¿cuáles serían?

— Bueno, uno sería lo divertido de cuando empezamos a estudiar juntos. Yo iba por Florida a comprar libros para el colegio y casi lo tiro. Entonces le explico que lo había conocido cuando era chica porque, como me gustaba la literatura, un amigo de papá pensó que al menos una vez en la vida tenía que verlo y me llevó a una conferencia. Ahí tuve la primera seguridad de mi vida, porque yo era muy tímida; tanto que, cuando venían visitas a mi casa, me escondía. Y cuando él sube, para hablar, la sala estaba llena. Los tímidos nos reconocemos como los animales en la selva. Me dije: “Este señor es más tímido que yo, ¿cómo va a hacer?”. Además yo no tengo volumen de voz, así que pensaba que nunca iba a poder dar una clase, aunque para mí enseñar es lo más maravilloso porque le da libertad a la gente; y entonces, cuando sube y empieza a hablar con una voz bajísima, pensé: “Si este señor puede, yo también voy a poder”. Bueno, estábamos en que me tropiezo con él y casi lo tiro. Me disculpo, empezamos a conversar y le cuento que lo había conocido de chica. Me pregunta de qué trabajo, y le comento que estoy en el colegio y que voy a comprar unos libros. -Ah, le gusta la literatura. Le respondo afirmativamente y agrego que quizás siga estudiando eso. -¿Y entonces no querría estudiar anglosajón conmigo? Haciéndome la sabia, le pregunté si era el inglés de Shakespeare. -No, siglo IX; yo tampoco lo sé, estoy proponiéndole que lo estudiemos juntos. Y así empezamos.

— Estaban predestinados…

— Creo que sí.

— Además esta es una escena de película romántica: ella se tropieza con él y ambos se reconocen…

— Una cosa de locos. Nos encontrábamos los fines de semana en diferentes confiterías, la Richmond, la Saint James en Córdoba y Maipú. Siempre en bares.

— ¿Y cómo era la vida, lo cotidiano, cuando estaban juntos?

— Normal. Como la de cualquier persona. Eso sí: comíamos afuera y hasta desayunábamos afuera. No me gusta cocinar.

— Creo que una vez me comentaste que escribís… ¿seguís haciéndolo?

— Sí, pero a mí no me interesa publicar. Ahora estoy armando unas conferencias. El libro va a llamarse “Homenaje a Borges”. Eran más de mil quinientas páginas cuando el editor me las trajo; luego él mismo hizo una selección de veinte conferencias.

Y nunca terminará de contarme cinco recuerdos, porque en ella, de alguna manera,  todo es uno. Y dirá que habían acordado tratarse de usted, como las viejas parejas criollas, porque como todos nos hablamos de “vos”, para ellos la forma de la intimidad era el “usted”. Y siempre volverá a la idea de que las cosas son mágicas. Entonces empezamos a despedirnos fluida y cariñosamente. Mientras nos acercamos a la puerta del bar, la gente en las mesas la saluda. La reconocen afectuosamente. Esa mujer que ahora veo de espaldas es luminosa y lleva un enorme legado sobre sus espaldas. Pero no se le nota porque, como ella misma dijo, le da felicidad. Entonces, a medida que se aleja, ya no veo a una mujer sino a una niña que va leyendo “Las ruinas circulares” con una fascinada devoción.

Gigante, dorada y humilde

Si hay alguien que merecía una medalla, esa era Paula Pareto. La judoca campeona olímpica, que también es médica y quiere dedicarse a la traumatología, conversó con Revista Nordelta sobre su hazaña, la vida en la Villa Olímpica, cómo congeniar el deporte de alto rendimiento con una carrera universitaria y lo importante que fue el aliento de la gente en los Juegos.

Por más que le digan Peque, y por ello todo el mundo sepa que es pequeña, verla en persona impresiona, y más aún si se piensa que con esa estatura de un metro cincuenta logró la medalla de oro en judo en los Juegos de Río. Y además, impacta que alguien con su dulzura desarrolle una disciplina aparentemente brusca, aunque bella para entendidos. En los combates es difícil agarrarla, casi tanto como lograr una entrevista luego de semejante hazaña. Pero cuando se sienta a conversar, se suelta como si no hubiera logrado nada. Humilde y sensata, con los pies en la tierra, como quien sabe que debe continuar con su carrera de medicina por más que el éxito del momento intente tentarla hacia otros rumbos. La Peque emana argentinidad, desde sus ojos al corazón: “Cuando me preguntan por un lugar del mundo, todos me dicen `¡Qué aburrida!´, pero yo prefiero estar en Argentina, porque acá siempre me siento más cómoda. Y sino, digo Italia, porque la gente es como acá, cuando fui me sentí en casa”. Quién más patriota que ella para portar la bandera nacional en el cierre de los Juegos Olímpicos.

— ¿Cómo fue ese momento?

— Increíble, fue la frutilla del postre de unos Juegos y 20 días soñados
Poder llevar la bandera siempre es un gran honor, la bandera representa a todo el país, a todos esos argentinos que nos estuvieron alentando antes, durante y después, así que feliz de poder hacerlo.

— ¿Cómo comparás los logros de la medalla de bronce en los Juegos de Pekín con la de oro ahora?

— Creo que fue una emoción similar en cuanto al logro, fue un sueño en las dos oportunidades. Ahora tal vez venía de logros importantes: el mundial del año pasado, el subcampeonato del mundo en 2014
Entonces lo viví diferente. Quizás todavía no caigo, porque me focalicé tanto en que éste era un torneo más que no puedo hacer la comparación…

— ¿Cómo fue el aliento para los deportistas argentinos en esta oportunidad?

— Hubo muchísima más gente en todas las tribunas, y por otro lado el hecho de que haya sido televisado por más de un canal sirvió para que la gente se enganche y apoye muchísimo más el deporte. También ayudó que haya sido en un horario igual al de Argentina y la cercanía geográfica permitió que pudieran viajar muchos. Y todo ese apoyo se sintió de cerca. Hablándolo con chicos de otros deportes, me contaban que les pasó lo mismo que a mí, algo que no nos había pasado en ninguna otra competencia, así que creo que fue el plus que nos sirvió para obtener los resultados que tuvimos.

— ¿Sentís que hubo una futbolización en los Juegos? ¿Cómo sentías vos el aliento de la gente cuando estabas por luchar?

— Yo en particular sentí mucho aliento por parte de los argentinos que estaban ahí: familiares, amigos o gente que no conocía. También de un montón de gente de Brasil que conozco por el judo, o no, pero que me decían: “Somos brasileros, estamos con vos”. La verdad es que yo particularmente sentí mucho el cariño de todos y no me di cuenta si hubo alguna pelea o si se “futbolizó”, por decirlo de alguna forma, entre argentinos y brasileros. Si pasó no me di cuenta y nunca me lo nombraron ninguno de los chicos conocidos míos que estuvieron en la tribuna, y por el contrario muchísimos brasileros se acercaron a saludarme, así que contenta por eso también, porque el judo marca también un poco eso: culturalmente es un deporte que une.

Pareto es la primera mujer argentina que obtiene una medalla dorada en una olimpiada.
Pareto es la primera mujer argentina que obtiene una medalla dorada en una olimpiada.

— ¿Las reglas son muy éticas en el judo, no?

— Si no hay un rival es imposible ganar, entonces ante todo está el respeto por el contrincante, que aparte hace lo mismo que vos, el mismo esfuerzo… Eso se aprende desde chico.

— Cuando estabas por luchar, ¿escuchabas el aliento o estabas concentrada en lo tuyo?

— Estaba en lo mío, pero igual sentía el aliento de la gente, escuchaba los gritos de amigos, voces que reconozco… así que creo que también me sirvió para, sin perder el foco, saber que tenía esa energía extra.

— ¿Cómo fue el regreso? Porque cuando volviste a la Villa muchos querían encontrarse con Pareto…

— Sí, ya antes de competir me había sacado fotos con varios de la delegación, y me sorprendió. Pero no sé qué va a pasar de acá en adelante en la calle, en el colectivo, en el lugar al que vaya. Yo creo que me sirvió que haya sido escalonado, si no sería un choque bastante fuerte.

— ¿Qué detalles me podés contar de la Villa? Querías cruzarte con algún atleta en especial, por ejemplo… Usain Bolt?

— Yo la verdad es que soy muy fan de lo nuestro, de lo argentino y me gustaba estar ya en el mismo edificio, compartir el lugar con los chicos argentinos, así que eso fue una de las cosas que más feliz me puso. Nos juntábamos mucho en el primer piso a ver otros deportes donde competían argentinos, y eso es una de las mejores cosas que uno comparte con grandes ídolos, una muestra de humildad por parte de ellos, porque muchos estaban en la villa por propia elección, como los chicos del seleccionado de básquet. Está clarísimo que podrían haber ido a hoteles o a lugares mucho más tranquilos y más cómodos, igual que los chicos de tenis. Y eso de parte de ellos, querer estar ahí, es de las cosas más lindas que me llevo, porque muestra la calidad de personas que son y muestra el espíritu argentino: estamos todos ahí y juntos estamos mucho mejor. La idea era ir y compartir el momento.

— ¿Las camas de los basquetbolistas y la tuya eran del mismo tamaño?

— Las de los basquetbolitas son especiales. La mía no, yo entro en cualquier parte, ja ja.

— Peque, ¿de dónde sacás la fortaleza para tus logros?

— Es un trabajo que venimos haciendo con mí psicólogo desde hace rato. Así como se entrena la parte técnica y física, se entrena también lo psicológico, y creo que lo que más pienso antes y durante cada combate, es el esfuerzo que hago más allá de lo deportivo: tener que dejar a mi familia, a mis amigos
Dejás un montón de cosas de lado, y eso es lo que me da la fortaleza para decir: “Estoy acá y no fue en vano todo lo hecho”. De ahí saco la fuerza, del esfuerzo mío y de mi entorno. Y que todos estén ahí en ese momento fue un plus, fue lo que hizo la diferencia para, esta vez, llegar al oro.

— ¿Cómo hiciste para conciliar el deporte de alto rendimiento con el estudio de una carrera universitaria tan demandante?

— Creo que la clave estuvo en organizar los tiempos. Saber que el poco tiempo que se tiene hay que usarlo al cien por ciento, para hacer lo mejor de uno en cada momento, porque si no lo aprovechaba era tiempo perdido para lo otro.

¿Conocés Nordelta?

Sí, fui varias veces, tengo alguna amiga que vive ahí. He ido a comer, tiene varios lugares lindos. Es un lugar muy tranquilo, muy de Tigre. El ámbito de tranquilidad se mantiene, así que me gusta mucho.

— ¿Cuáles son tus próximos retos deportivos?

— El año que viene habrá uno o dos torneos panamericanos, está el mundial también. Hay que ver cómo llego para ir y cómo se cuadra con la parte médica, porque en lo que queda de este año y del año que viene mi idea es prestarle atención a eso, para después sí poder equiparar las dos actividades.

Contra viento y marea

Tiene 54 años y los de Río fueron sus sextos Juegos Olímpicos. Un año atrás le extirparon un pulmón. Se esforzó como nadie para volver a entrenar, y no solamente logró estar en las aguas cariocas, sino que, junto a Cecilia Carranza, logró la primera medalla dorada de la historia del yachting argentino. Santiago Lange, en cuerpo y alma.

Cuenta Ana, madre de Santiago Lange, que su hijo a los cuatro años ya se sentaba en la popa del barco a contemplar el río, mientras su papá, Enrique, trabajaba en cubierta. Hoy, con 54, en el mundillo de la náutica lo llaman Señor Viento. Flacucho, con la cara curtida, luchó toda su vida contra viento y marea, en altamar o río adentro. Nunca quedó a la deriva. Ni siquiera cuando le era imposible ganarle al rival de su infancia, Martín Billoch, con el que compitió desde los ocho años, y al que recién pudo derrotar a los 15 en la clase Optimist, cuando ganó su primer campeonato argentino. ¿Perseverancia? Vaya si la tiene: un año antes de Río 2016 le sacaron un pulmón. No importó.  Se las ingenió para coronarse en la clase Nacra 17. Sin la fortaleza física de Camau Espínola, con quien ganó la medalla de bronce en la clase Tornado en dos Juegos consecutivos (Atenas 2004 y Beijing 2008 ), pero con una compañera de lujo como la rosarina Cecilia Carranza. Detrás de ellos, un equipo de profesionales como Mateo Majdalani que, con solo 22 años, se cargó al hombro una campaña olímpica de semejante tamaño. Estuvieron ocho meses instalados en Brasil antes de la inauguración, para entrenar y estudiar bien las condiciones climáticas de la Bahía de Guanabara. Y así conquistaron la primera medalla de oro en yachting para la  Argentina.

De regreso con toda la gloria, los recibe el bullicio de Buenos Aires, aunque el Yacht de Puerto Madero tiene algo de familiar para con los navegantes. Con la medalla dorada colgada al cuello, caminan por una de las dársenas para un set de fotos programado y los transeúntes se sorprenden: “¿Son ellos? ¿Es él?”. Sí, los mismos que días atrás se emocionaban al ver la bandera argentina en lo más alto de la Bahía de Guanabara. Se les acercan, les piden selfies, autógrafos, les agradecen, los felicitan, se amontonan. Luego, en la patria chica de Lange, San Isidro, les dan un recibimiento multitudinario y él actúa con la serenidad de siempre, la misma que adquirió mientras contemplaba el río desde la popa del barco de su padre, cuando al mismo tiempo aprendió a percibir y a leer el viento como ningún otro, para luego domarlo, allá dentro, donde sopla fuerte. “No estamos acostumbrados a esto. Siempre estamos solitarios en el medio del agua sin gente alrededor y esta vez fue distinto. Ya nos pasó en Río, cuando volvimos a la costa: ver a la hinchada argentina alentándonos fue emocionante”, comienza Santiago Lange.

— ¿Es la medalla más importante de tu carrera?

— Sin dudas… Primero porque escuché el himno e izaron la bandera argentina hasta lo más alto, algo que soñé toda mi vida. Y, segundo porque se dio todo. No sé cuántos casos hay en la historia de un padre que participa con sus hijos en unos Juegos Olímpicos. Compartir los Juegos, haber ido a la fiesta inaugural donde Robert Shceidt, un ex rival mío y muy amigo, leyó “el compromiso de los atletas”; Torben Grael, otro gran amigo, llevó la bandera olímpica, símbolos muy fuertes para nosotros , los deportistas olímpicos. Entonces, los considero los juegos de la emoción. Lloré, pucherié, todo lo que quieras…Y gran parte de esta medalla es también para mi compañero Carlos Espínola y los que formaron ese equipo con Camau, como Mariano Galarza, que estuvo en este equipo también, por quinto juego consecutivo, Daniel Bambicha, que no estuvo con nosotros, pero que fue parte de mi educación deportiva.

— ¿Qué hayan participado tus hijos de estos Juegos te generó presión o fue una motivación?

— Fue algo súper motivador. Que estuvieran mis hijos fue un regalo, poder compartir los juegos con ellos fue muy emocionante y una de las razones por las que quería participar. Antes de la ceremonia inaugural les mandé un mensajito: “Acuérdense que tenemos que entrar todos juntos”, porque eran sus primeros Juegos y ellos no se daban cuenta de la dimensión de lo que se venía, y sí o sí quería entrar al estadio con ellos. Trabajamos mucho en disfrutar el camino. Fue muy lindo estar sólo en el medio del mar y de golpe encontrarme con mis hijos que también estaban entrenando. Porque de pronto cada uno está metido en su trabajo, siguiendo su pasión, y no hay tiempo para verse. Pero cuando te ves, valorás muchísimo ese ratito. Para mí, que la familia tenga libertad, dejar que cada uno siga su pasión, implica un sacrificio, pero trae enormes alegrías.

— Hablemos de la enfermedad que tuviste, ¿cómo la atravesaste?

— Ni me di cuenta… Soy tan positivo y miro tan para adelante que me cuesta cuando hablo de una “enfermedad”. Como que para mí es algo que pasó y no lo veo en esos términos, y lo digo con mucho respeto para la gente que quizás le cuesta. Pero a mí, como mi pasión es el deporte, creo que estoy preparado para la adversidad.

— ¿Tuviste que hacer un esfuerzo sobrehumano para correr con un solo pulmón?

— La recuperación fue el esfuerzo más grande de mi carrera deportiva, no tengo absolutamente ninguna duda. Hace menos de un año me operé, y lo que se ve es el final, pero lo más importante fue el esfuerzo previo que hicimos antes de la competencia en sí , entrenar a contrarreloj porque veíamos que no nos alcanzaba el tiempo. Siento mucho más orgullo por esa parte previa, que por haber ganado la medalla.

— ¿Cecilia fue el músculo que vos esperabas, si vos eras el cerebro que se encargaba de detectar el viento y demás?

— Por supuesto. En nuestra categoría, técnicamente es mucho más lógico que el timonel sea la mujer y que el hombre sea el tripulante, porque la parte física del tripulante es tremenda. Ceci tuvo que bajar de peso y competir contra un hombre, que en cuanto a potencia física le saca una diferencia abismal, así que fue un desafío enorme para ella. Yo venía de competir con Camau, que uno de los talentos que tenía era la fortaleza física, así que a veces cuando no salía una maniobra yo tenía en la cabeza a Camau y pretendía que Ceci hiciera lo mismo… Equipararse con los varones fue increíble y eso tiene muchísimo mérito y habla muy bien de ella.

— -¿Por qué el yachting viene consiguiendo frecuentemente medallas en los últimos Juegos?

— Todos sabemos de la virtud de los argentinos, no cabe duda que somos un pueblo muy deportista con infinidad de clubes donde el deporte es parte de nuestra sociedad. El talento está, tenemos una enorme tradición náutica, tenemos semillero de sobra, somos la envidia de muchísimos países fuertes. Te soy franco: sentía la enorme responsabilidad de que el yachting volviera a traer una medalla al país.

— ¿Qué será del futuro de ustedes? ¿Quedan desafíos, hay algún sueño más, como Tokio 2020?

— Cecilia es muy joven, seguro que tiene un montón de desafíos. Para mí, todos los días es el desafío. No siento que llegamos a una meta, sino que cumplimos un deseo, y el deseo hay que renovarlo y ver cuál es el próximo objetivo. Cuando nos preguntan si vamos a seguir o no, lo importante primero es saber si están las ganas de trabajar para dejarlo todo. Sé que con este equipo podemos enfrentar cualquier desafío y eso me deja tranquilo. La primera cosa es: ¿por qué no?, si la vida sigue y hay que seguir trabajando para cumplir nuevos sueños.

Diseño Interior a la Europea

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Garantía centenaria

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Con el más puro acento inglés

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Cómo son las seis obras postuladas para el Stirling Prize 2016, el premio que el Royal Institute of British Architects (RIBA) otorga al mejor edificio de la arquitectura británica. Hay desde proyectos concretados en la Universidad de Oxford hasta una pequeña casa en el sur de Inglaterra.

En octubre se dará a conocer el ganador del Stirling Prize 2016, el prestigioso premio que otorga el Royal Institute of British Architects (RIBA) al edificio que más contribuye a la arquitectura británica en su primer año de uso. Entre 52 obras postuladas, fueron seleccionadas seis, de diversas tipologías: desde pequeñas casas al sur de Inglaterra a un nuevo campus universitario en Glasgow, Escocia. Además, por primera vez en la historia del premio hay dos obras construidas por una misma institución, que fue la Universidad de Oxford.

La presidenta de RIBA, Jane Duncan, aseguró: “Cada uno de los seis edificios finalistas ilustra el gran beneficio que una obra bien diseñada puede traer a la vida de las personas”, y agregó: “Con la predominancia de universidades y edificios para educación superior entre los finalistas, está claro que los principales patrones de la arquitectura este año vienen del sector de la educación. Felicitaciones a estos ilustres clientes y patrocinadores que apoyaron a estos edificios tan notables”.

Los finalistas son: City of Glasgow College, Riverside Campus, del estudio Michael Laird Architects + Reiach and Hall Architects; Newport Street Gallery, en Vauxhall, Londres, de Caruso St John Architects; Outhouse Gloucestershire, de Lyon & Co Architects; Trafalgar Place, Elephant and Castle, en Londres, de dRMM Architects; Escuela de Gobierno Blavatnik, en la Universidad de Oxford, del estudio Herzog & de Meuron; y Biblioteca de Weston, también en la Universidad de Oxford, del estudio WilkinsonEyre.

El destacado

La Escuela de Gobierno Blavatnik es uno de los más llamativos de este sexteto de obras de primer nivel mundial. Sus responsables, del estudio Herzog & de Meuron, explicaron sobre ella: “Nuestro punto de partida es desde el interior, desde el corazón del edificio, el Foro. Este espacio corta a través de la escuela como un espacio público vertical que conecta todos los niveles y programas en un todo. Central para una escuela de gobierno es la idea de apertura, comunicación y transparencia. El foro central toma este principio, literalmente, uniendo todos los niveles. En primera instancia, el Foro proporciona acceso a los espacios, pero lo más importante es que ofrece congregación, salas de reuniones y espacios sociales. En nuestra propuesta, su disposición es en muchos aspectos, como la de un auditorio o una sala de conciertos con una serie de terrazas interconectadas que pasan arriba de la planta baja hasta los niveles superiores de la Escuela. Cada terraza puede funcionar como un espacio separado, por ejemplo como un área de estudio o como parte de un volumen entero conectado para una presentación más grande. El Foro es un espacio que permite y estimula positivamente la comunicación y discusión, tanto formal como informal, planificada y accidental”.

City of Glasgow College Riverside Campus. Education. Contractor - Sir Robert McAlpine.
City of Glasgow College Riverside Campus. Education. Contractor – Sir Robert McAlpine.

La Escuela de Gobierno Blavatnik alberga lugares de enseñanza y espacios académicos que se apoyan en áreas de reuniones, administración, investigación y servicios, los cuales están conectados por el Foro. En sus niveles más bajos, el edificio alberga grandes programas públicos y de enseñanza. Los niveles superiores están ocupados por programas académicos y de investigación que requieren un ambiente más tranquilo para fomentar la atención y concentración. Coronando la escuela existen espacios para los estudiantes y la facultad, que dan a una terraza exterior, con vistas hacia el Radcliff Observatory Quarter y a todo Oxford. La escuela ofrece una amplia gama de tipos de espacios de enseñanza desde pequeñas salas de reuniones flexibles hasta grandes salas de enseñanza.