Una casona de los años ’40, situada en San Isidro, marca toda una época de las pampas argentinas. La rusticidad propia de una estancia se mezcla armoniosamente con una refinación evidenciada en pisos y muebles europeos, coronados por detalles que suman calidez y color.
Seguramente porque fue planificada para ser un casco de estancia, esta casa da la sensación de estar en medio de la pampa húmeda. Pero el proyecto finalmente se concretó en los años ’40 sobre un generoso lote en el partido de San Isidro, y hoy es una muestra del buen gusto que caracterizó a las primeras décadas del siglo XX en el campo bonaerense, con una atildada mezcla de rusticidad y refinación. De estilo colonial portugués, está pintada de un intenso color damasco, típico de tantas casonas de la zona de San Antonio de Areco.
Cada detalle, tanto constructivo como decorativo, es una invitación a la contemplación y el disfrute pausado, desde el mismo momento en que se traspone la imponente puerta principal. Los pisos, traídos de París, tienen un trabajo artesanal fabuloso, al igual que la boisserie del hall y el comedor.
En el living se destaca una gran chimenea de piedra, central para la vida de familia y amigos, que se sientan para pasar largos ratos frente a los gruesos troncos que entibian el ambiente en los inviernos. Tiene grandes ventanas de cedro, cubiertas hacia afuera con las características rejas coloniales, y hacia adentro con cortinas diseñadas por Alberto Carballo.
Una gran puerta de vidrio deja ver la galería cubierta que lleva a los dormitorios. El jardín se integra con la casa por la transparencia de los ventanales que dan al Oeste, dando la impresión de estar afuera, pero con la protección de la cálida casa.