Una belleza de 109 años

María Gabriela Calderón de la Barca de Zimmermann es mucho más que centenaria, vive en San Isidro y tiene miles de recuerdos para contar. Anécdotas mágicas, como cuando conoció a Gardel, el día del golpe contra Yrigoyen, sus viajes a Europa… Además, se mantiene muy informada y agradece la invención del celular.

Muchas veces uno se pregunta cuál es la clave del éxito, o cuál es el secreto para llevar adelante una buena vida, y las respuestas pueden ser variadas. Para encontrar la clave hay que dirigirse a lo de María Gabriela Calderón de la Barca de Zimmermann, porque en su espíritu parece anidar la pócima mágica. Al entrar a su casa en San Isidro, el clima invita a distenderse y a quedarse más de lo planeado, como si el tiempo no existiera o como si ella lo hubiera detenido, como lo hizo consigo misma, porque al ver a esta señora nadie diría que tiene 109 años. Para verificarlo hay que sentarse a escuchar los recuerdos de sus andanzas por Francia, Italia, sus bailes en el Teatro Colón, su encuentro con Carlos Gardel y la formación de una familia de 12 hijos, 58 nietos, 118 bisnietos y dos tataranietos. Se mantiene tan activa y vital que fue a votar a los 107 y el año pasado escribió una carta de lectores en un diario en defensa de las dos vidas.


Tuntén, como todos la llaman, tiene el don de la belleza, es pura sonrisa, se interesa por la actualidad y guarda su historia como un tesoro personal. Cuando se le hace una pregunta, se toma unos segundos, levanta la mirada de grandes ojos azules y comienza a viajar en el tiempo. Siempre tiene gente a su alrededor, atenta para escuchar alguna de sus aventuras, algún secreto que tenía guardado o su punto de vista en distintos temas. Su voz es clara y firme, sus manos expresivas y su gracia hace que todo su cuerpo hable. Con una perspectiva de vida muy sabia por todo lo vivido, como la que refleja el Cuaderno de la Abuela, que un nieto le regaló y es un tesoro en el que ella narra su vida con su mirada particular, de puño y letra, ¡y que lee sin anteojos!

—¿A qué edad empezaste a trabajar?
—Cuando tuve mi primera hija. Con ella y para ella. Levantarla, vestirla, darle de comer, sacarla a pasear y a la noche bañarla; otra vez darle de comer y vestirla para dormir. Cuando tuve mi segunda hija, todo se hizo doble y así fue con la tercera, la cuarta, la quinta y todos los demás. Nunca dejé de trabajar para mi familia que crecía, pero nunca trabajé para otros.

—¿Cuál fue el momento más feliz de tu vida?
—Uno de los momentos más lindos de mi vida fue cuando bailé con Carlos Sagrota Álvarez, en una fiesta que había dado Meneca Mó Martínez. Yo tenía 14 años y él no sé, pero volábamos alrededor de la sala, donde también bailaban otros. Creo que sería la época de Fred Astaire y Ginger Rogers por el tipo de baile que era. Nos reíamos todo el tiempo. ¡Que felicidad poder bailar así! Nunca más lo volví a ver a Carlos. No sé qué le parecí yo y el baile. Los chicos no hablaban con las chicas por teléfono con la libertad de ahora.

Durante la entrevista, además de un viaje por el tiempo, Tuntén, que nació en Adrogué el 22 de febrero de 1912 y de chica veraneaba en Mar del Plata con su familia, narra anécdotas en un perfecto francés. Hizo tres viajes a París con sus abuelos Papanito y Mamanita, dos en 1927 y uno en 1928. Nos contó de su amor por los animales, de sus caballos, de su primera institutriz (Miss Mary), de sus colegios (el Argentino Modelo y el Santa Unión)…

—¿A qué personaje histórico te hubiera gustado conocer?
—A Manuel Belgrano, por su personalidad y su grandeza.

Tunten con su hija menor Dolores Zimmermann y su marido Jorge Baliero con quienes vive.

—Conociste a Carlos Gardel …
—Lo conocí cuando cantaba con Razzano en los entreactos. Los dos sentados en unas sillitas de paja y con botas entonaban cantos criollos. Estaba de moda ir al Grand Splendid (hoy librería Yenny-El Ateneo), en la calle Santa Fe. Cuando terminaba el espectáculo salían un poco antes todos los chicos y se amontonaban en el hall, dejando un pasillo libre para que salieran las chicas y sus familias en fila y así poderlas ver.

—¿Hay alguna travesura que recuerdes?
—Sí, una bien grande que le hicimos a Miss Erlinda. Ella no sabía andar bien a caballo, entonces para divertirnos la hicimos subir a uno que se la llevó volando por el campo. Gracias a Dios no se cayó y volvió entera, pero qué susto se había llevado la pobre y qué peligro pasó con nuestra inconsciencia.

—¿Cuál es la noticia o el momento histórico que has vivido que más te impactó?
—El 6 de septiembre de 1930. Yo tenía 18 años y el Ejército en formación pasó debajo de los balcones de nuestra casa, en la calle Paraguay. Iba a derrocar al gobierno de Hipólito Yrigoyen. Y así fue, no dispararon ni un tiro, aunque creo que de un balcón sí tiraron. En nuestra casa fue muy graciosa la escena, porque mis tíos ponían y sacaban la bandera de Argentina según estaban a favor o en contra. El mucamo, Wagner, que había estado en la guerra, se reía de eso y yo fui a decirles: “Wagner se ríe de ustedes”.

—¿Cuál es el invento que más agradecés?
—El que permite transmitir la palabra de un continente a otro. ¡Los celulares son una maravilla!

—¿Admiras algo a los jóvenes de ahora?
—Sí, admiro a los que tienen las mismas virtudes que en mi época: educación y respeto.

—¿Cuál es tu opinión sobre la música de hoy?
—¿Música? ¿Se le puede llamar música al ruido que hacen?

—¿Y el mejor consejo que podés dar?
—Que no te separes de Jesús nunca, jamás. Que lo lleves en tu corazón siempre y recuerdes sus enseñanzas.

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